Álbum

Ibon Errazkin

Claros del bosqueElefant, 2024

29. 11. 2024

El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada; nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así.

María Zambrano (extraído de “Claros del bosque”, 1977).

La nueva obra de Ibon Errazkin es un disco dividido en dos, o dos discos que confluyen en uno, como dos caras de una misma moneda, dos caras de un mismo autor, de un mismo creador inconmensurable. Aquí el orfebre de sutiles melodías pop, allá el tejedor de extensas e intrincados tapices sonoros. Como Jim O’Rourke, Franco Battiato o Joni Mitchell. No puedo evitar pensar en nombres de ese calibre cada vez que escucho a Ibon.

A modo de carta, en la hoja promocional del disco, Ibon nos cuenta que, hace ya dos años, empezó a juguetear con la idea de componer una pieza extensa. Creada por el puro placer de dejarse ir, de caminar atravesando un paisaje o un jardín en el que distribuir los sonidos como objetos en el espacio, aquí y allá, sin seguir una línea narrativa determinada. Una divagación que no conduce necesariamente a ningún lugar concreto o predeterminado y cuya extensión –como una pieza de La Monte Young o un filme de Jacques Rivette, por usar sus mismas y acertadas referencias– se convierte en su atributo principal y en la base de su efecto hipnótico.

Bajo esa premisa creó una pieza titulada “Nubes y claros” que se publicará en su formato íntegro dentro de unos meses y que, al mismo tiempo, ha alimentado las diez canciones de este “Claros del bosque” que nos llega ahora. Y es que cada uno de los temas de esta preciosa colección parte de un momento de esa extensa composición y lo moldea hasta darle la estructura de una pequeña pieza de pop.

Los vídeos rodados en Tánger y dirigidos por Antonio Morales que acompañan a cada canción, así como el que se revelará junto a la gran pieza final, están inspirados en la obra de Tsai Ming-liang. Una “walking meditation”( como se dice en la propia nota). Un paseo por el jardín sonoro de Ibon en el que nada parece cambiar y, sin embargo, bulle constantemente lleno de pequeñas sorpresas. Del mismo modo que en un filme del director malayo, en la música de Ibon las cosas no se cuentan, las cosas suceden mientras las transitamos y observamos con atención sus recovecos, y accedemos a los ocultos claros del bosque. Esos claros que, como en el bello texto de María Zambrano que inspira esta obra, se abren durante un solo instante de magia para desaparecer inmediatamente después.

Cuento todo esto no tanto porque me parezca necesario dar contexto a la obra de Ibon, ya que sus temas se sostienen y fascinan igualmente por sí solos y sin necesidad de ninguna introducción, sino porque considero que ayudan a percibir y tratar (solo tratar) de aprehender toda la belleza y la complejidad que se esconde tras su aparente y engañosa simplicidad y similitud con sus discos anteriores. “Claros del bosque” se basa una vez más en una instrumentación sencilla de guitarras y piano principalmente, sin ninguna percusión, y está grabado de una manera incluso más natural y tradicional que “Foto aérea” (2018), sin apenas samplers ni manipulaciones posteriores. Y es así, desde esa familiaridad del bosque que conocemos, o creemos conocer, como Ibon vuelve a hechizarnos y llevarnos a claros inexplorados, inusualmente hermosos. Los seis años de espera han merecido la pena. ∎

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