Qué gusto da ver esas historias de grupos que llegan a éxitos abrumadores, se desploman y terminan resurgiendo triunfales de sus cenizas después de haber aprendido “la lección”. Nada más apropiado para la narrativa de una banda que seguir esos patrones de biopic hollywoodiense de cinco nominaciones al Óscar y DVDs en las cubetas de oferta del Alcampo dos años después del estreno. Lo de IDLES ha sido un poco así: después de más de media década de virtual irrelevancia y EPs lanzados en discográficas underground, pasaron a ser la gran esperanza del rock británico con “Brutalism” (2017). Se convirtieron en un grupo generacional en “Joy As An Act Of Resistance” (2018), cuyo éxito trascendió las fronteras de los aficionados al nuevo post-punk gracias a su condición de álbum vagamente conceptual alrededor del potencial revolucionario del ciudadano de a pie. Finalmente, y con todos los vientos soplando a favor, la recepción de “Ultra Mono” (2020) fue más bien fría. Unas canciones con menor gancho pop, una relativa falta de frescura y la sensación de que, si bien seguían siendo una banda potente, desde su recién adquirida posición de adalides de un nuevo punk (etiqueta de la que ellos reniegan obsesivamente, pero que en última instancia les persigue) eran incapaces de conectar con público y crítica como hasta entonces.
IDLES parten en “CRAWLER” de una posición complicada. Son estrellas de rock con un discurso antiestrellas, son un grupo que apuesta por todas y cada una de las características sonoras del punk pero que reniega de la etiqueta, son un grupo teóricamente contracultural pero que copa la programación de la BBC. Intentando escapar de sus contracciones internas, y de su imagen de banda políticamente comprometida, apuestan por incorporar como coproductor a Kenny Beats, habitual de próceres del hip hop norteamericano como Denzel Curry y Vince Staples, aunque a nivel sonoro, salvo en unos pocos momentos, las influencias raperas quedan muy diluidas. El resultado es un disco sorprendentemente personal y descarnado, alejado del populismo de sus predecesores. Ya en la inicial “MTT 420 RR”, el pulso industrial y contenido marca una narración de Joe Talbot sobre su experiencia personal al vivir un accidente de tráfico casi fatal. Es ese pulso constante, tenso, el que marca el disco, como si el grupo quisiera huir de ciertos dejes hooliganescos que asomaban en álbumes anteriores. En “Car Crash”, por ejemplo, el latido muta a una relectura muy digna de un grupo tan a priori inimitable como Death Grips, mientras que en “Meds” canalizan la no wave más tensa a lo James Chance And The Contortions. Es curioso que la vertiente más pop venga en el single “The Beachland Ballroom”, una especie de versión testosterónica de las baladas de los Arctic Monkeys tardíos donde la confianza de dandy de Alex Turner se ve sustituida por la angustia de Talbot. También miran de reojo a sus contemporáneos, con ese demencial ejercicio metalero que es la cortísima “Wizz”, prima hermana de los momentos más delirantes de los muy de actualidad black midi.
¿Qué poso deja “CRAWLER”, en resumidas cuentas? Por una parte, resulta obvio que el grupo ha hecho un esfuerzo por sonar más variado y menos obvio que en su predecesor, y el enfoque lírico de Talbot, centrado en la idea del trauma y su superación, supone un soplo de aire fresco en una discografía donde las letras habían entrado en territorio casi autoparódico. Se le puede achacar, sin embargo, un quedarse a medias en su apuesta por un sonido más oscuro, un cierto conservadurismo sonoro que aleja al álbum de la pieza excelente que hubiera podido ser de dejarse llevar por el tono de sus momentos más sorprendentes. IDLES han salvado la papeleta del disco después de una crisis. No es poco. ∎
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