Álbum

Interpol

The Other Side Of Make-BelieveMatador-Popstock!, 2022

26. 07. 2022

Casi veinte años después de su aclamado debut, la reformulación post-punk de Interpol (a la que muchos pronosticaban caducidad en un par temporadas) sigue deparando frutos estimables. Estirando el chicle, retorciéndolo por un extremo y por el otro, extrayendo buen jugo de él cuando se le presuponía ya más seco que el esparto. Pocos lo hubieran pronosticado, la verdad. Su adopción de los códigos estéticos de Joy Division, The Chameleons o The Sound para ahormarlos a un bien tramado halo extra de oscuridad neoyorquina se antojaba de menor recorrido.

Pero aquí están. Con un directo de lo más saludable, como se pudo ver en Primavera Sound, y con discos como este “The Other Side Of Make-Believe”, que más que coronación de etapa en sus Alpes particulares son una buena meta volante. Convencerá a incondicionales y dejará indiferentes a profanos y detractores. A quienes se sitúen en una prudente equidistancia, les proporcionará algunas razones para conceder que hay un ligero anhelo de renovación (nada de grandes giros ni traumas), que llega en este séptimo álbum por su vertiente menos impulsiva y más cinemática, la más masticada y procesada, la que genera una combustión más lenta. Como si experimentos como Muzz, la última aventura paralela de Paul Banks, no sirvieran –ni mucho menos– para un posterior enroque en los Interpol más reconocibles, los de su primer disco.

El saldo es irregular, porque “Fables” (por ejemplo) suena excesivamente arrastrada para lo que propone, e “Into The Night” también carece del fuelle que sí tenía ese solvente medio tiempo en forma de single de avance que fue “Toni”, aquí apertura. Al álbum le cuesta despegar. Y sus canciones carecen por lo general de clímax, no se sabe muy bien si porque ya no les apetece crearlo o porque creen que no lo necesitan. La cosa se pone interesante cuando “Renegade Hearts”, “Mr. Credit” o “Greenwich” incorporan soluciones rítmicas inventivas, cadencias quebradizas y entrecortadas que no se parecen al característico trote pseudoatropellado que fue santo y seña de tanto émulo de Joy Division a principios de los 2000, sino algo mucho menos previsible: la última de ellas remite a la métrica hip hop que Danger Mouse inoculó en formaciones rock como The Black Keys. Y la apuesta sube, y de qué forma, cuando la veta atmosférica concreta sus mejores resultados: ocurre en la cautivadora “Something Changed” y en una “Gran Hotel” en la que la voz de Banks se acerca más que nunca a la fragilidad de Paul Buchanan (The Blue Nile), por raro que parezca.

Seguramente tenga mucho que ver la producción de Alan Moulder y Flood (Depeche Mode, PJ Harvey, U2, The Smashing Pumpkins…), expertos en la moldura de cortes reverberantes, fornidos y plenos de intriga, aquí aplicados en la labor de embellecer un temario, ya lo dijimos, algo desigual. ∎

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