La de Isabel do Diego es una de esas obras que despiertan más interés a nivel teórico o conceptual que a la hora de escucharlas. Además, uno siempre tiene la sensación de que el disco es insuficiente, ya que es solo una parte de una experiencia de confrontación que se queda incompleta sin su traslación escénica, plagada de misterio y con un juego constante con la identidad, la deformidad y lo monstruoso. Do Diego es la encarnación musical del cordobés Juan Diego Calzada, componente del grupo teatral de vanguardia Vértebro. Debutó discográficamente con “Depueblo” en 2020, cuyo concepto giraba en torno a su visión de la ruralidad, y ahora se muestra aún más ambicioso.
Conviene acudir a los créditos del disco para tener más información que nos oriente sobre sus intenciones. En ellos habla de una relación entre el tablao flamenco, el retablo medieval y el escenario del bunraku japonés, además de citar sus referencias musicales, mitológicas y de imaginería, que básicamente tienen que ver con los bestiarios medievales cristianos, islámicos y japoneses. Se trata de un trabajo en el que probablemente sea necesario conocer el proceso para comprender mejor el resultado. Por ejemplo, ha construido los denominados trampantojos sonoros –algo así como instrumentos inventados, aunque va más allá de eso– para dotar de mayor extrañeza a un contenido musical en el que se funde la electrónica experimental o industrial con una exploración libérrima de las voces y unos provocadores textos que aluden tanto a lo espiritual y a la fe como a la más bruta carnalidad. Casi un combate sensorial entre la belleza, la violencia, la fisicidad del cuerpo y la superstición que parece mirar de lejos (muy de lejos, en realidad), a Arca, Julie Ducournau, Scott Walker, Dorian Wood y Niño de Elche. Maria Arnal, por cierto, colabora en el último tema, “Cataliza”. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.