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Tras debutar con “Spider Tales” (2020), un logrado intento de poner en valor la aportación negra en el sonido americana, la relectura que ahora hace Jake Blount de la muy añeja música folk negra suena moderna y a la vez conmovedora. Según afirma este músico, estudioso y activista afincado en Providence, Rhode Island, en un texto escrito en los créditos del disco, su amor por el góspel, los espirituales, el bluegrass y la old time music en general de origen negro no tiene nada que ver con la fe, ya que desde pequeño desarrolló una fuerte antipatía hacia la cristiandad y más aún cuando afloró en su personalidad el sentimiento queer. Sin embargo, esto no ha impedido su gran aprecio por lo que significaron los espirituales y el góspel para la comunidad negra, reunida en torno a unas iglesias que funcionaron como lugar de empoderamiento, a nivel social, político y en lo que se refería a compartir, durante los “long years of dark history”.
Fueron unas canciones que, lejos de poder narrar la realidad, estaban llenas de alegorías y simbolismos, y que hoy siguen suponiendo un nexo de unión entre el pasado y el presente de la comunidad negra; tan fuerte es la comunión que Blount reconoce que estudiar este acervo le hizo reconsiderar su ateísmo. Es por eso que cuando Smithsonian Folkways le propuso en 2020 este proyecto le cayó encima una gran responsabilidad, ya que reconoce que su catálogo ha sido una fuente de gran inspiración y que sentía un gran orgullo de poder formar parte de este inmenso legado.
Tal como explica, en este disco conceptual –dedicado a las escritoras de ciencia ficción Octavia E. Butler y N. K. Jemisin– imagina la música americana religiosa de origen negro en un futuro devastado por la guerra y el cambio climático. Canciones recogidas a lo largo de tres siglos y medio en varios formatos. La más antigua, transcrita por Hans Sloane de esclavos africanos en Jamaica, data de 1688. Y no le sorprende que esta profunda inmersión en la historia se haya convertido en un disco afrofuturista. Algo que no quita que se reconozca un gran pesimista en lo que a la civilización se refiere. Así, afirma “que el calentamiento, la acidificación y la sobrepesca eliminará todos los peces de los océanos; que las sequías, inundaciones y caídas en picado de los insectos devastarán la agricultura; que los países sucumbirán al aumento del nivel del mar y la desertización; que estos sucesos precipitarán la más grande crisis de refugiados en la historia de la humanidad en medio de la escasez de recursos más severa que nuestra especie haya experimentado jamás”. Y, dice, para rematar, “que el resultado más probable es una guerra termonuclear y la aniquilación de nuestra civilización, mucho antes de que lancemos naves brillantes al vacío interestelar”.
“The New Faith” tiene lugar después de estas calamidades, cuando “los descendientes de refugiados negros estadounidenses que huyeron hacia el norte, tras el colapso de la civilización, son confinados en un campo de refugiados en una isla frente a la costa de la actual Nueva Inglaterra. La situación desesperada que soportaron sus antepasados ha reformado sus tradiciones, incluida la música. Como gente del futuro, han escuchado ecos de todo lo que hemos escuchado y preservado en la tradición oral. Sin embargo, su acceso poco fiable a la electricidad y la tecnología los han limitado casi exclusivamente a los instrumentos acústicos. La letra de los cantos y el texto de las oraciones contienen ecos de la teología cristiana, pero la religión de estos fieles es diferente. Ahora la única deidad nombrada es la Muerte, y las enseñanzas de la nueva fe son tan duras como el mundo de la que nació”.
La imagen que preside la portada también es un símbolo con historia. Se trata, según explica, de un árbol que creció frondoso en una plantación de Smithfield, Virginia, dando sombra a sus antepasados esclavos. El árbol murió cuando él era pequeño, pero visitó varias veces unos restos, mientras grababa el disco, que van despareciendo gradualmente. A diferencia de la música, que sigue resplandeciendo reconstruida a partir de grabaciones de campo de Alan Lomax, de espirituales a capela, como la inicial “Take Me To The Water”, basada en la cantante Bessie Jones, que él amalgama con un “Prayer” inspirado por “Angola”, cantado por esclavos jamaicanos en el siglo XVII. De otra grabación de Lomax, de título “Death Have Mercy” y acreditada a Vera Hall, la pureza del góspel se traslada al campo del rap, por cortesía de Demeanor, mientras el canta con la pluma de un Marc Almond. Si bien el máximo protagonista es Blount, que canta, toca banjo, violín, bajo y percusión, recibe la indispensable ayuda de varios colaboradores, como el coproductor Brian Slattery, encargado de guitarras y percusiones, y varios bajistas y coristas.
Las doce canciones están divididas en tres grupos de salmos. En el primero, “The Psalms Of The Sentinel”, encontramos el mejor tema del disco, un original “Dind’t It Rain” inspirado en el diluvio de Noé, que deslumbra con un swing futurista, que conecta con el mejor Tom Waits –como se puede comprobar en el vídeo oficial–, y que es un espiritual que nos atreveríamos a afirmar que supera las versiones que de él hicieron Sister Rosetta Tharpe y Mahalia Jackson, de las que lo aprendió, e incluso las de Tom Jones o Johnny Cash. En el primer salmo también se encuentra “The Downward Road”, inspirada en una muy añeja canción de Jim Williams grabada por Lomax en los años 30; un violín, que retrotrae al bluegrass y al sonido agreste de los Apalaches, se mide con el fraseo sincopado de Demeanor en lo que deviene un country-hop en el que tampoco falta banjo, ni un zapateado percutivo sumamente efectivo. La cuarta pieza que lo cierra, “Tangle Eye Blues”, está dedicada a Walter “Tangle Eye” Jackson, también descubierto por Lomax en 1948; el violín y la voz se convierten en protagonistas absolutos de un lamento que lleva el folclore al concepto de dron.
La parte central, “The Psalms Of The Gravedigger”, se abre con “Parable”, un recitado con texto nuevo lleno de un groove primigenio, pero absolutamente cautivador. En “City Called Heaven”, de Fannie Lou Hamer, es el sentimiento del blues lo que predomina, presidido por el lamento de la voz y una guitarra reverberante. La siguiente, “They Are Waiting For Me”, es otro blues rural, cortesía de Skip James, en este caso con una ambrosía acústica que recuerda lo que Jorma Kaukonen hizo con el Reverendo Gary Davis.
El tercer ciclo, “The Psalms Of The Teacher”, se inicia precisamente con “Psalms”, un recitado coral de nuevo cuño, en clave spoken poetry, que se eleva con la única ayuda de palmas y percusiones. Es una plegaria que nos lleva a “Just As Well To Get Ready, You Got To Die”, inspirada en Blind Willie McTell y Son House, con arreglos de cuerda, banjos y unas filigranas vocales que retrotraen el añejo góspel y a la vez conectan con el minimalismo. Por su parte “Give Up The World”, basada en el cancionero “Slaves Songs Of The United States”, publicado en el siglo XIX, se vuelve a beneficiar del rap de Demeanor en contrapunto con un folk, entre luminoso y siniestro, que conecta con las maneras de su maestra Rhiannon Giddens. Para acabar, “Once There Was No Sun” –con otro vídeo significativo de que con poco se puede lograr mucho–, inspirada por Bessie Jones y grabada en 1965 por Alan Lomax, es otra maravilla que convierte lo tradicional en una emotiva y festiva canción llena de percusiones minimalistas y esplendor coral, entre arreglos de cuerda orquestales, una corpulenta línea de bajo y un banjo determinante, que sirven para elevarla a cotas de gran emoción y reafirmar que estamos ante un sobresaliente trabajo cuyos mimbres tradicionales relucen con novísimo fulgor. ∎
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