Oriundo de Kingston-upon-Thames, una pequeña ciudad situada al suroeste de Londres donde nacieron otros músicos célebres como Sandy Denny (Fairport Convention), Richard Butler (The Psychedelic Furs) o Tom Rowlands (The Chemical Brothers), Jon Hopkins regresa con su nuevo álbum en estudio, el séptimo si descontamos sus bandas sonoras actualmente publicadas y colaboraciones con Brian Eno –“Small Craft On A Milk Sea” (2010)– y King Creosote –“Diamond Mine” (2011)–, o para Coldplay en diversas ocasiones.
Dividido en ocho “partes” unidas sin interrupción, “RITUAL” responde a un concepto de música previamente desarrollado por Hopkins en álbumes como “Music For Psychedelic Therapy” (2021), solo que esta vez su motivación objetiva es la relación entre rito y música, dos actividades humanas entrelazadas desde la noche de los tiempos: ceremonias religiosas, desfiles militares, fiesta de la espuma, conciertos con luces LED atadas en las muñecas o el simple hecho de ponerse un vinilo en el giradiscos. Esta asociación funcional ha experimentado un continuo proceso de desacralización sin perder por el camino muchos de sus ingredientes básicos: escenografía, relato, promesa, iniciación, comunión, misterio, poder, hipnosis, renovación, liberación. “RITUAL” procede de un encargo destinado en 2022 a una experiencia inmersiva de la productora londinense Collective Act que se llamó Dreamachine. Se inspiraba en el aparato parpadeante homónimo ideado en 1959 por Ian Sommerville y Brion Gysin.
A cada fase del álbum pertenece un título específico: (I) “altar”, cuyo ambient cultual crea la escena preparándote para un viaje interior con sonido de campanillas a lo Steve Hillage; (II) “palace / illusion” representa la máquina que comienza a despegar con su electrónica pulsante y sutil, entre algo de Underworld, Steve Roach o Manuel Göttsching, y un evocador coro a cargo de Vylana, vestal insustituible de “RITUAL”; (III) “trascend / lament” prolonga la fase anterior con un toque de freestyle ligero a lo Kiasmos previniendo la experiencia de toda oscuridad, al menos por ahora; (IV) “the veil” penetra en una zona de sonido más abrasivo y percutante que recuerda a los pasajes épicos de Tangerine Dream. Los sacerdotes eleusinos habrían pecado por contar con este ambiente tan bien rociado de ciceón.
Llegando (V) “evocation”, el viaje psicodélico se encuentra ya en pleno apogeo, como si unos Suicide juramentados hubiesen tomado los mandos de la nave inyectando su irrespirable ritmo drone, catártico preludio de una visión deífica, femenina, la de (VI) “solar goddess return”, momento en el que vuelve a intervenir Vylana, un territorio ampliamente explorado por visionarios retrofuturistas de lo pagano como Craig Leon, James Holden o Shackleton; finalmente, si el temible bajón lisérgico llega con (VII) “dissolution”, el consuelo chill out se sirve con (VIII) “nothing is lost” cerrando este ciclo de hechuras clásicas con introducción, nudo y desenlace.
Resumiendo: sin estar ante algo nuevo, ni mucho menos, no puede negarse el impacto emocional y el dinamismo que transmite “RITUAL”, por lo menos en la zona central del álbum. Hopkins se ha servido de instrumentos clásicos de cuerda –violín, viola, violonchelo, guitarra–, sintetizadores a cargo de 7RAYS y otros, de la producción adicional de Clark y de los sonidos de librería de Matt Hillier. Tampoco puede despreciarse el beneficio de considerar la música desde esta perspectiva aurática, lo que suele conferir sentido adicional al arte. Se está perdiendo quizá en la esfera individual, menos en la colectiva donde Hopkins demuestra ser uno de sus grandes hierofantes al fusionar de forma bastante convincente hedonismo y espiritualidad. ∎
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