Puede que parezca raro viniendo de alguien que siempre ha demostrado verdadera devoción por el pop, pero Jeremy Greenspan está cansado de la música que suena en la radio en 2022. Y no es que no le guste. El problema es que está demasiado alta. Y según él esa manía de priorizar el volumen en un mundo sumido en un torrente incesante de estímulos ha acabado con la profundidad y el detalle en la música, estrechando el rango dinámico del sonido y sus posibilidades. Greenspan piensa que lo paradójico de todo esto es que nuestra percepción sonora hace que seamos capaces de escuchar más -de hacerlo de forma mucho más precisa y atenta- a un volumen más bajo.
La idea, que ejecuta magistralmente en “Waiting Game”, le vino mientras paseaba por Hamilton, la ciudad posindustrial de Canadá donde creció y en la que todavía vive, volviendo sobre discos de Florian Schneider, Jon Hassell y McCoy Tyner, así como John Martyn y Sly Stone. Su delicadeza lo inspiró a intentar crear un entorno completamente absorbente –algo que ha querido llamar “música periférica”– a base de grabar cantidades ingentes de material para laminar esas tomas de audio hasta reducirlas a trazos prácticamente imperceptibles, tan cercanos al silencio como fuera posible.
El titular fácil es que este es el disco ambient de Junior Boys. Y es tentador: al fin y al cabo, la historia de redención en busca de quietud después de haber dedicado los últimos veinte años a tratar de formular la canción pop perfecta, casi siempre con la vista puesta en la pista de baile, podría tener sentido. Pero “Waiting Game” es mucho más que eso. Y lo mejor de todo es que no deja de ser pop en ningún momento: ni siquiera cuando los ritmos desaparecen por completo, dejando espacio para que las frecuencias se esparzan como volutas de humo de incienso en “Must Be All The Wrong Things”, con Greenspan recitando el título del tema que abre el álbum una única vez para convertir los últimos fragmentos de su voz en otro estrato de sonido degradado en la mezcla; ni cuando filtra con un vocoder la letra en latín de “Dum Audio” sobre un fondo de cristal digital. Claro que eso depende de lo que cada uno entienda por pop.
¿Hablamos de motivos sonoros que se agarran a la memoria para asaltarte repentinamente como un sobresalto nocturno? ¿De melodías resplandecientes? ¿De giros inesperados que preceden a algo que podría ser un estribillo invencible? ¿De ganchos completamente arrebatadores? “Waiting Game” va sobrado de todo eso. Es pura ensoñación pop, de factura ejemplar, hecha de pequeños grandes accidentes en el estudio, convertidos en esbozos de canciones. Quizá Greenspan ha querido preservar la naturaleza deslavazada de estas tomas, que parecen todavía en construcción, para resaltar sus costuras y hacer evidente el arte y el oficio que hay detrás. Para enseñar cómo fabricar la ilusión del pop como un truco de prestidigitación, un juego de insinuaciones y sugerencias donde todo se basa en la expectación. En aprender a renunciar al clímax.
A pesar de que el mundo le ha negado el éxito comercial que merecían discos impecables como “Last Exit” (2004), “So This Is Goodbye” (2006) o “It’s All True” (2011), Greenspan nunca ha llegado a desprenderse de ese halo de estrella incómoda. Puede que las cifras millonarias lo hayan eludido y que las élites del pop lo hayan ninguneado cuando merecía estar produciéndoles (por suerte, siempre nos quedarán los discos de Jessy Lanza). Pero basta con que pegue los labios al micrófono, con que pose la mano sobre las teclas del sintetizador, para que el aire se tiña de añil, haciendo que dos palabras lo opaquen todo: suavidad y estilo.
Si hubiera que dibujar un mapa emocional de “Waiting Game”, sería una mezcla impensable entre la melancolía de “Who’s Gonna Drive You Home Tonight” de The Cars con el escalofrío que recorre los arpegios sintéticos de Wendy Carlos y la elegancia satinada de Alain Chamfort. Es un baile a solas y a media luz. Pero la soledad es relativa, puesto que Matt Didemus vuelve a ayudar a apuntalar estos temas. Y porque Greenspan también está rodeado de fantasmas: entre sus pasos, se cruzan las sombras de David Sylvian, Sade y The Blue Nile, invocados de manera deliciosa en el saxo velado de la irresistible “Samba On Sama”.
Si el espectacular “Big Black Coat” (2016) y su excepcional trabajo como productor en los discos de Jessy Lanza le sirvieron para perfeccionar trucos de estudio con los que recrearse en la euforia, “Waiting Game” lleva su dominio de la técnica aún más lejos para hacer realidad una visión panorámica del sonido, explorando un rango dinámico mayor, donde prima el sosiego. Para lograr esa amplitud de audio, Greenspan reconfiguró su estudio para construir una sala de mezclas que le permitiera trabajar a veinte decibelios y enchufó sus sintetizadores a amplificadores de guitarra para poder grabarlos con micrófonos externos, dando un acabado orgánico a los sonidos digitales.
Combinando equipos de grabación de cinta magnética con la tecnología de reducción de ruido Dolby SR de principios de los 90 para dar definición a las tomas, Greenspan hace que la idea del espacio gane peso en el sonido, convirtiéndolo en un lienzo sobre el que esbozar escenas de una ciudad herrumbrosa que podría ser cualquier polo industrial de Norteamérica en plena decadencia. Ramales, parques industriales, puertos y paisajes con grúas en desuso que reflejan la melancolía de las vidas que atraviesan esos lugares.
Esa correspondencia entre la cualidad espacial del sonido de “Waiting Game” y los sitios que lo inspiraron está en el corazón de estos temas. Greenspan robó varios de sus títulos y letras de conversaciones que escuchó al deambular por la ciudad. La sensación es la de esperar algo que no acaba de pasar. Como esa chica que conociste en aquella fiesta, con la que hablaste durante horas y con la que bailaste pegado, nariz contra nariz, sintiendo su aliento, pero que nunca llegaste a besar. ∎
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