Sus álbumes independientes eran dignos de elogio, pero con
“good kid, m.A.A.d city” el rapero
Kendrick Lamar ha buscado y encontrado un clásico para la posteridad. Si antes observaba el mundo desde la distancia, ahora Lamar se hace parte del relato y, con el giro, su música ha ganado en profundidad y resonancia: “good kid, m.A.A.d city” narra –en doce movimientos, casi setenta minutos de trayecto– su intento de sobrevivir a una adolescencia en Compton, ciudad muy caliente, loca, que al final –
“Compton”, junto con Dr. Dre– reconoce amar pese a todo.
Pero no adelantemos desenlaces conciliadores. Antes de llegar a esa reflexión, Lamar cuenta –completándose a sí mismo con
skits de familia y amigos– los gozos y las sombras de un trayecto peliagudo del que emergió gracias a la música. Líneas evocadoras como las del mejor Nas disparadas con
flow técnicamente perfecto, ni efectista ni manso, sobre bases –de dieciséis
beatmakers diferentes, aunque no lo parece– con un aura cinematográfica, que puede conducirnos a The Roots, si bien no es la única referencia en un
soundwriting ancho y complejo.
El disco arranca con una oración y el recuerdo de una amante –
“Sherane a.k.a. Master Splinter’s Daughter”–, que luego reaparecerá en
“Poetic Justice”, sobre
sample de Janet, y desemboca en la citada oda a Compton. En medio, declaraciones de distanciamiento respecto a la industria (
“Bitch, Don’t Kill My Vibe”), la historia de un robo (
“The Art Of Peer Pressure”, o cómo los
homies pueden cambiarte para mal), existencialismo con
sample de Beach House (
“Money Trees”), la mejor producción de Pharrell Williams en eones (
“Good Kid”) o respuestas a lo que es ser auténtico (
“Real”). Su padre suelta una muy buena:
“Realness is taking care of your mother fucking family”. Escuchen este disco.
Get real. ∎