El tópico del “difícil tercer disco” se confirmó realidad, dolorosa realidad, para Rosa Walton y Jenny Hollingworth, amigas de toda la vida (que no gemelas, como quisieron hacernos creer), residentes en Norwich y copropietarias de Let’s Eat Grandma. En los cuatro años transcurridos desde el expansivo “I’m All Ears” (2018), con el que pasaban de ser casi facsímil de CocoRosie a proyecto de synthpop experimental pero efectivo (sobre todo cuando las producían SOPHIE y Faris Badwan), el dúo ha pasado por mucho y, por un momento, habría sido fácil pensar que ni siquiera iba a haber difícil tercer disco.
Incluso antes de publicarse el segundo, Walton y Hollingworth habían empezado a ver cómo se abrían las distancias entre ellas: de la sincronía telepática pasaron al malentendido regular. Y en marzo de 2019, el novio de Hollingworth (el también músico Billy Clayton, protegido de Charli XCX) fallecía a consecuencia del sarcoma de Ewing, raro cáncer óseo. De las distancias salvables e insalvables ha nacido un disco con mucho de elegía por la amistad y el amor, pero no sin su optimismo.
Al fin y al cabo, arranca con algo llamado “Happy New Year” (y lanzado solo dos días después, el 3 de enero) que también pudo llamarse “Feliz Día de la Amistad” y en el que hasta suenan fuegos artificiales. Sigue con “Levitation”, ejercicio de robusto synthpop cuyo estribillo trae de vuelta al grupo el influjo de Kate Bush. Como la primera, es un homenaje a la capacidad de ciertas conexiones humanas para quitarnos cualquier mal de encima. Algo más adelante, en la extática pero melancólica “Hall Of Mirrors”, Walton usa el laberinto de espejos como metáfora de la visión y aceptación de partes semiocultas de nosotros mismos; en su caso, una bisexualidad aquí abrazada sin ambages: “No había una chica que me hubiera hecho sentir tímida hasta que hablé contigo”.
Más amarga, pero igualmente bellísima, es “Watching You Go”, sobre lo que significó para Walton (rabia, rabia y más rabia) perder a su novio. En la sorprendente “Insect Loop”, que empieza en clave de pop de garage y se basa en un riff de guitarra pegadizo, parecen cantar sobre perder la comunicación entre ellas: “¿Hemos perdido de vista la misma luz?”.
Según explicaba Laura Snapes en su entrevista con el dúo en ‘The Guardian’, durante los meses posteriores a la muerte de Clayton, Hollingworth se refugió en la naturaleza o la música de Tim Hardin. Ambas influencias se notan en un tercio final pastoral y recogido, con algunos delicados instrumentales, medios tiempos semiacústicos (“Sunday”) y un par de baladas en toda regla como “Strange Conversations” y la final “Two Ribbons”, compuesta por Hollingworth para Clayton, pero fácilmente legible también como una carta para Walton: “Solo quiero ser tu mejor amiga / Igual que como siempre”, dice su devastador estribillo. Suena a final abierto, pero no, no serán capaces de dejar atrás una amistad tan larga y tan fructífera. ∎
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