Es sinceramente impresionante la cantidad de aristas que le salen a Lidia Damunt cuando le da por enfocarse en un género, en una idea, en una forma concreta de sonar. Menos de cuarenta minutos y diez canciones le bastan –le sobran, de hecho– para montarse su proyecto de pop-rock, pasarse ese juego y hasta inventarse un par de DLC. Y es que al final el universo de Lidia es tan teatralmente personal que dan igual el vestuario, la escenografía y los decorados, es indiferente quién escuche y mire desde el patio de butacas: siempre es su obra. Única, especial. Siempre es su película.
La premisa de “EX”, de hecho, podría ser similar y a la vez completamente distinta que la de su anterior disco, el excelente y reconocido “Nacer en Marte” (2019). Sale, de nuevo, con La Castanya, confirmando la buena relación entre la artista murciana –afincada en Suecia desde hace más de 10 años– y el sello barcelonés, y vuelve a estar producido por Sergio Pérez García –Mujeres, Medalla o Chaqueta de Chándal, entre muchos otros–. Pero no por ello es un trabajo continuista. Ni mucho menos. Sin rastro de sintetizadores, “EX” surge de un contexto mucho más íntimo y en un modo más descorazonado, y pone la guitarra, fiel compañera de vida de Damunt, en primerísimo plano. Queda manifiesto en el tema que le da título, un intenso medio tiempo de pista de baile abrazado por vibrantes guitarras casi psicodélicas que recuerda a los primeros –y últimos– Yeah Yeah Yeahs, menos glitter y más crudos. Y tiene hasta sus excepciones que confirman la regla: “En silencio”, que sí recurre a cajas de ritmo para generar un beat casi balearic, o el cierre “Todo el oro”, que apela a buscar la belleza en las pequeñas cosas y que emplea un sintetizador para lograr esa ambientación vaporosa. Por el camino quedan la abrasión de “Malestar”, rubricada por esas guitarras que arañan en el tramo final. Los solos gritones, que dialogan con la voz de Lidia en “Tres” como si fueran el tercer vértice del Triángulo de Amor Bizarro. El rollo DIIV de “Somos el tiempo”, con sus riffs totalmente clean, el bajo machacón, mucha reverb, las cuerdas en persistente colisión y la batería imparable. Cambios de ritmo abruptos y afinaciones extremas y teatrales, a lo Karen O o Nina Hagen, que marcan el tono desde la existencialista “El amor es”, pero que van a convertirse en constante.
Concebido durante la pandemia, este nuevo trabajo responde a una crisis de creatividad que de algún modo es natural –las canciones tienen su origen en experiencias, y es difícil imaginarlas cuando no pasa nada y todo se ha detenido a nuestro alrededor, ha reconocido la propia Lidia– y que se resuelve de un plumazo mirando alrededor y dejando fluir ideas inconexas y poco concisas que, de repente, encajan sobre una rueda de acordes. Y que desde ahí vuelan. Un poco de esto va la joyita folk-rock “Cuenta los latidos”, que va progresando entre fingerpicking, slide guitars, rasgueos stacattos y un ritmo por momentos frenético. O la directísima “Olvídate de mí”, un flujo de consciencia que, vía pop de los 80, viaja desde la “Redondo Beach” de Patti Smith a la americana de factura marmórea de The War On Drugs en un road trip que también hace parada en “La pregunta” y que, como en todo “EX”, se recrea en los solos de guitarra. Siguiendo sus notas, estelas blancas en la carretera, Lidia Damunt vio la luz al final del túnel. Y la siguió. ∎
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