En 2010, con tan solo 14 años, LISA comenzó su carrera de fondo para convertirse en una idol. Por aquellos entonces se llamaba Pranpriya Manobal y no tenía ni idea de coreano. Estuvo seis años dentro de un centro de entrenamiento hasta que, con 20 recién cumplidos, debutó como la bailarina y rapera principal de BLACKPINK. La formación terminó convirtiéndose en la segunda más importante de k-pop a nivel mundial (solo por debajo de BTS). Con ese vestigio a lo Spice Girls que continúa en auge en la industria musical surcoreana (en la que cada vocalista ha de tener una personalidad algo arquetípica), LISA aparecía públicamente como la más moderna, la menos protocolaria, la que en los videoclips siempre se vestía con pantalones: en resumen, la malota. El fenómeno fan surcoreano (y su traslación a las k-popers de otras partes del globo) es mucho más radical y mucho menos permisivo con sus ídolos que el de cualquier otra escena musical: su compañera Jennie, por ejemplo, fue vapuleada por vapear en uno de sus viajes a Italia. Por tanto, esa personalidad rebelde que en otras esferas resulta atractiva, a la rapera le jugó una mala pasada. Manobal, además, fue una de las primeras idols que no guardaba ningún tipo de ascendencia surcoreana, por lo que, pese a ocultar su identidad durante una larga temporada (cambiando su nombre o maquillándose para lograr una tez más pálida, entre otras cosas), siguió siendo la diana de una proporción considerable de su fandom, que abogaba por que BLACKPINK fuese solo un trío y ella quedase fuera de la ecuación.
La mochila que carga la tailandesa a su espalda es importante para la construcción de “Alter Ego”, su LP de debut en solitario y su primer lanzamiento fuera de YG Entertainment. En resumen: tras pasar la mitad de su vida dentro de una industria en la que nunca ha llegado a ser del todo aceptada, LISA busca una vía de escape. Está harta y, como no puede decirlo en voz alta, propone un álbum lleno de easter eggs que critican veladamente toda su trayectoria previa. “Alter Ego” simboliza esa dualidad entre lo que es y lo que aparenta ser. Para representar ese segundo yo bajo el que se ha ocultado toda su vida, LISA construye un disco en torno a cinco personalidades que se ha inventado: Roxi, Kiki, Vixi, Sunni y Speedi. Cada canción está interpretada por uno de sus diferentes alter egos, porque debido a su educación primaria dentro de una industria discográfica masiva, no puede escapar de ese protocolo “de cara a la galería” en el que ha sido educada. No puede ser ella, siempre ha de performar ser otra.
El debut no es solo una dualidad entre lo que es y lo que finge ser, sino entre lo que quiere hacer y lo que ha aprendido. Pese a lo confuso que pueda parecer, el primer objetivo de Manobal con este trabajo es la consagración de su autenticidad, pilar transversal del artista musical en Occidente. Aquí no importa la excelencia interpretativa: aquí importa ser real (lo contrario a la industria surcoreana). Su segundo objetivo, y de la mano del primero: conquistar Europa y Estados Unidos. En “Rockstar” samplea “Same Old Mistakes” de Tame Impala, y en “Moonlit Floor (Kiss Me)” toma prestados unos versos del estribillo de “Kiss Me” de Sixpence None The Richer. Colabora con Rosalía, Megan Thee Stallion, Tyla, Doja Cat, RAYE o Future: cada uno muy famoso en lo suyo y muy poco que ver con lo del otro, tocando un poco todos los palos y, a la vez, ninguno. Más allá de los nombres propios, las referencias a otras tendencias anglosajonas son constantes: “Rapunzel” podría haber sido una canción de M.I.A., y “Born Again” parece sacada de los primeros trabajos de Dua Lipa.
Aunque los objetivos estén claros, algo se pierde por el camino: la potencia modernista de los primeros adelantos de LISA no hace justicia a un grueso del LP más procesado. “Alter Ego” va de buscar la identidad, no de encontrarla: tal y como se menciona en la obertura del álbum (“Born Again”), su debut es un renacimiento. LISA es la intérprete perfecta de las canciones ajenas, la bailarina ideal de otra coreógrafa, la más carismática dentro del guion establecido. Lo de ponerse a los mandos es una nueva trayectoria que comienza ahora. ∎
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