Bajo
Suscripción
Con una trayectoria de casi treinta años, y establecidos como una referencia autónoma al margen de casi todo, Low rompieron los pronósticos con “Double Negative”. Era un disco que nadie esperaba en 2018. Fue álbum del año en Rockdelux (y el sexto mejor de la segunda década del siglo XXI según el especial del 35ª aniversario de Rockdelux). Su corrosiva distorsión convirtió el ruido en un incordio paradójicamente persuasivo y plácido a partir del cual modificar estados de ánimo. Mantras rock que mudaron hacia una plataforma electrónica de gravitación ambient y pálpito oscuro que parecían apelar a una espiritualidad religiosa indescifrable, himnos de purgación y redención. Pero desde el dolor, la furia, avistando una suerte de apocalipsis lo-fi para tiempos de penuria y crisis (política, social, económica, personal). Y es que el mundo justo antes de la pandemia, con o sin Trump, no era ese paraíso soñado que ahora anhelamos en tiempos de COVID.
En “Double Negative”, el antiguo slowcore/sadcore que los acunaba en sus inicios –en obras tan recomendables como, por ejemplo, “I Could Live In Hope” (1994), “Secret Name” (1999) o “Thing We Lost In The Fire” (2001)– fue tan solo un punto de referencia para redimensionar su pesar, que sonaba trascendental. Tan trascendental como los propios Low, que siempre fueron únicos en tiempos de indie rock, de grunge, de post-rock o de lo que fuese que se llevase en los 90, justo cuando arrancaron como una célula inusual comandada por un matrimonio mormón. Low eran Low. Y, tres décadas después, siguen siendo Low, pero indudablemente mejores. Sin bajar la guardia, mostrándose más arriesgados que el resto (y no solo en el rock; también en electrónica, hip hop, R&B, etc.).
“HEY WHAT”, el disco número trece en estudio de Alan Sparhawk y Mimi Parker –ya sin Steve Garrington, su último bajista, el cuarto en su trayectoria–, se publica hoy. Y, como en los inmediatamente anteriores “Double Negative” y el más discreto “Ones And Sixes” (2015), de nuevo es BJ Burton (quien ha trabajado con Sylvan Esso, Lizzo, Bon Iver, Empress Of, Charli XCX, Taylor Swift…) el encargado de la producción. Y quien, delimitando lo abstracto del estruendo creado, los envuelve en un clima de tranquila devastación que acaba imponiéndose a las sulfurantes “molestias” que su sonido pueda transmitir. Ahí se vislumbra una luz, una suerte de paz luchando contra lo siniestro.
“HEY WHAT” arranca sin miramientos: “La consecuencia de irme sería más cruel que si me quedara” o “Solo un tonto habría tenido la fe”. No son certezas, remarcan: “Es imposible decirlo, lo sé”. Es “White Horses”, con fanfarria de explosiones y chisporroteos que se pierden en el laberinto de un computerizado electro sostenido que enlaza con “I Can Wait”, donde se hace saber: “Me temo que se ha cometido un error y hay que pagar un precio”. El feedback sónico retroalimenta las plegarias, que son cantadas como llamadas de socorro entre cataclismos bíblicos. Un nuevo pasaje de secuencia ambiental y, refulgente, surge “All Night”: “Toda la noche luchaste contra el adversario, no fue una pelea ordinaria”. Dream pop, muro de sonido implacable y agónico e infantil lamento de cierre.
“Dissapearing” arrastra pausadamente las cadenas del estrépito para sentenciar: “Ese horizonte que se desvanece trae frío consuelo a mi alma”. “Hey” es una alfombra de IDM, de la del manual de los años 90, que se despliega para acomodar ecos eclesiásticos y un prolongado e inaudible rezo –sutil melisma a lo Marvin Gaye en “What’s Going On”– en los tres minutos finales.
La perforación del instrumental “There’s A Comma After Still” cede el terreno a un misterioso “Don’t Walk Away” –cantado a dos voces con un ligero matiz a lo “Can’t Help Falling In Love” de Elvis Presley–: “He dormido a tu lado lo que parecen mil años, la sombra en tu noche, el susurro en tu oído, no te alejes, no puedo soportar más este juego, no puedo jugar más”, se suplica.
“More” tiene la catarsis de los My Bloody Valentine de “Loveless” y el poder de una letra gloriosa –a la altura de Leonard Cohen– que, cantada por Mimi Parker y punteada por unos “la la la” desintoxicantes, solo necesita dos minutos y once segundos para sentar cátedra: “Di más de lo que debería haber perdido, pagué más de lo que hubiera costado, tienes algo de lo que podría haber tenido, quiero todo lo que no tenía, aprendí más de lo que nunca enseñaron, pensaron que nunca podría lograrlo, vi más de lo que siempre busqué, debería haber pedido más de lo que obtuve”.
“The Price You Pay (It Must Be Wearing Off)” pone el broche de oro con pequeña fuga free jazz a un disco experimental que, entre la abrupta cacofonía y la delicadeza vocal, asume sentencias de peso: “Pensé mucho en el precio que pagas para escuchar llegar la mañana, mantener el fantasma otro día, no tengo que hacer una pausa para sentir la magia arder en lo profundo de mi corazón…”.
Sonando al máximo volumen posible, “HEY WHAT” es un álbum fiero y descomunal –a lo Hüsker Dü cuando aplastaban con su gravedad ruidosa– que posibilita un trance que llega a obnubilar. A veces, podría ser drill’n’bass a lo Squarepusher en nanas de afectación romántica cantadas para sobrevivir con dignidad en un mundo y en un momento como este (“esa es la razón por la que estamos viviendo de nuevo en días como estos”, canta con euforia Sparhawk en “Days Like These”, el primer single del álbum, con devoto vídeo cargado de fe).
Es un disco que merece el esfuerzo que puede suponer escucharlo a quien se sienta ajeno a la vanguardia. Porque sí, Low, ahora mismo, son vanguardia; una vanguardia sin afectaciones: sin pretenciosidad, ensayos teóricos o manifiestos. Son –recuerden– un matrimonio mormón de vieja escuela haciendo rock… no normativo. Pero más altos, más fuertes, más ambiciosos. No es fácil de asimilar, pero “HEY WHAT” es extraordinario. Brillante en el paroxismo de su sonido esquemático y brutal, repetitivo, a veces industrial, se mueve entre oleadas de fervor electrónico y noise para sobrevolar –un poco a lo Lambchop en su segunda vida de cacharrería emotiva y cool– un góspel-soul blanco que emite mensajes de velada cotidianidad y nos sitúa en un hábitat de ¿posibles traiciones? y de ¿probables crisis de pareja? con ¡frases demoledoras!
¿Cómo es posible tanta lucidez, tanto riesgo, tanta autoexigencia? ¿Y cómo es posible tanta belleza disruptiva? Imparables en su compromiso con ellos mismos, ensuciando lo digital hasta un simulacro de extreme noise terror, aunque sin prescindir de melodías pop que embelesan, ocultas pero radiantes, intrínsecamente dulces, Low nos confortan y nos emocionan con este grandioso reto de superación. ∎
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