Se lo comenté una vez a Jaume Pla, la cálida persona que se esconde (poco, en realidad) detrás del alter ego de Mazoni: por mi formación filológica no puedo evitar mi tendencia a juzgar las canciones más por sus letras que por sus melodías. Sin embargo, si su última creación, el impresionante disco “Ludwig”, me ha conmovido especialmente es por su despliegue sinfónico y la aparente (pero muy trabajada) naturalidad con que su sello personal se hace reconocible en armónica fusión con la obra nada más y nada menos que de un genio de las dimensiones de Beethoven.
Debo decirlo: cuando me contaron que Mazoni se encontraba trabajando en un proyecto, nacido entre las paredes del confinamiento, en el que pretendía experimentar introduciendo a Beethoven en su universo musical, no las tuve todas conmigo. Temía que tal vez la única vía que encontraría para tal hazaña sería la trampa en la que caen muchos artistas contemporáneos de cualquier disciplina: confundir transgresión con irreverencia. Nada más lejos: si “Ludwig” es un disco ejemplar, destinado a complacer tanto a rockeros como a los melómanos más recalcitrantes, es por el exquisito respeto a la figura del genio con que se ha concebido. Mazoni no ha tenido la osadía de pretender una actualización, una puesta al día, porque sabe que Beethoven es eterno. Simplemente le ha escrito una carta de amor desde el respeto más absoluto, y es él (sus ritmos, sus letras, sus ideas) quien se ha puesto humildemente a su servicio. El producto musical resultante es un gustazo para los sentidos. En algunos casos (“És veritat perquè és bonic”) el resultado es sublime por la sencilla razón de que Beethoven lo es, pero en la mayoría de las ocasiones el resultado es deslumbrante por la fluidez de la simbiosis. De este modo, brillan con luz propia dos joyas como “T’estimes?” o “Zombies”, dos temazos capaces de levantar el ánimo a un muerto.
Pero atención, que mi filólogo asoma de nuevo la cabeza: que el resultado musical sea a mi criterio totémico no implica que Mazoni haya descuidado la importancia de sus letras. Todo lo contrario: llega aquí a su madurez expresiva como agudo analista de las miserias de la existencia humana contemporánea (la propia “Zombies”) o de la intimidad de un yo agitado en constante búsqueda (“Aldarulls emocionals”), que finalmente encuentra la paz en la cristalina “On vull estar”.
Sin embargo, la síntesis perfecta de todas las virtudes expresadas aquí se encuentra en esa maravilla llamada “Pollastres sense cap”, diagnóstico definitivo del mal que atenaza nuestros tiempos frenéticos, especialmente en su segunda estrofa y en un estribillo donde el diálogo entre forma y contenido llega a su grado máximo.
Con todo este material apabullante, no resulta de extrañar que sus directos sean esperados por sus incondicionales como agua de mayo. En este sentido, solo cabe expresar dos deseos que mejorarían la experiencia: que algún día podamos disfrutar de una orquesta en el escenario acompañando al piano de cola y que Mazoni se decida a prescindir de algunas canciones antiguas que tal vez no acompañen debidamente al flamante producto, por juveniles y juguetonas. Mazoni dispone de un repertorio lo suficientemente extenso y maduro como para lucir más su estado de gracia (eso sí: “Pedres”, “Eufòria” y “Purgatori” son imprescindibles). En cualquier caso, peccata minuta para un estreno que te emociona, te sacude y te hace reflexionar. Al fin y al cabo, el artista es amo de su talento, y probablemente esas piezas intrascendentes sean lo que la mayoría de su público (y su cuerpo) le piden. Mazoni (o Jaume Pla, que ya viene a ser lo mismo) nos lo transmite claramente: está dónde quiere estar, desde su perpetua inquietud artística que es a su tiempo una envidiable libertad que le hace hacer en cada momento lo que le da la real gana, siempre lo contrario de lo que acaba de darle el éxito anterior, pasando de un acústico delicioso (“Carn, os i tot inclòs”; 2017) a un disco eléctrico y contundente (“Desig imbècil”; 2019) hasta llegar al experimento brillante que nos ocupa.
A la hora de definir su relación con los clásicos, muchas personalidades de diferentes disciplinas y épocas han acuñado la frase “somos como enanos encaramados a hombros de gigantes”. Yo diría que en el caso de Mazoni estamos ante un gran artista, encaramado a la postre a los hombros de un gigante. Dicho de otro modo: yo estoy convencido de que si a Beethoven le dieran a conocer la existencia de este disco, estaría muy contento. No se me ocurre mejor halago, ni más merecido. ∎
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