Álbum

Neil Young & Crazy Horse

BarnReprise-Warner, 2021

07. 01. 2022

Hacia el final de “La última película” (1971), dirigida por Peter Bogdanovich, que murió ayer, vemos que el cine local cierra. Y lo hace para siempre. El último filme que emite es “Río Rojo” (1948), de Howard Hawks. “Buena película”, dice el personaje que interpreta Jeff Bridges. “Sí, ya la había visto”, responde el que encarna Timothy Bottoms. Ambos se despiden de la encargada de la sala, quien al borde del llanto les comenta: “La gente ya no quiere venir al cine. Béisbol en verano y televisión todo el año. Si Sam viviera no habríamos tenido que cerrar. Pero yo no sé cómo hacerlo”. Sam, recién fallecido de un ataque al corazón, era quien regentaba el único bar de la población. “No habrá mucho que hacer en el pueblo sin el cine”.

La banda sonora de “La última película” la protagoniza el cancionero de Hank Williams, tan de la época, años 1950 y 1951, que impregna sus fotogramas en blanco y negro con aquel deje irredento tan de Hank: ahora es pájaro atrapado en una iglesia, luego el hijo forajido de un padre ausente, después alguien que no acude a desfiles porque le gusta andar solo, más tarde el que no abre libros para que no le purguen su cultura. Fueron ambiciones a las que Williams no quiso renunciar. Cosas que hizo, y a las que cantó, seguramente sin saber por qué. Después debió darse cuenta de adónde lo llevaban, pero parece que no las programó, que no realizó planes con ellas. Este último Neil Young es tal que así.

Porque de esa guisa se nos presenta en “Barn”, su cuadragésimo primer álbum de estudio. “Buen disco”, “sí, ya lo había escuchado”, dirían los dos jóvenes protagonistas de “La última película” si fueran hoy fans del canadiense. “Parece que no lo ha planificado, que es una ambición a la que no ha querido renunciar, que lo ha compuesto y cantado, seguramente, sin saber por qué, que después se habrá dado cuenta de adónde lo ha llevado”. Un trabajo con unas letras que suenan más a conversación algo afectada que a redacción perspicaz, a tópico que a misterio, a déjà vu que a revelación. Y donde la música, rebozada de camadería y primera toma, no revela sutilezas de golpe, tanto se trate de estampidas a lo “Country Home”, aquella de “Ragged Glory” (1991), como sería el caso de la trilogía “Heading West”, “Canerican” y “Human Race”, o de remansos más tranquilos de su bipolaridad de pistolero al amanecer, caso del resto del álbum.

Parece como si aquí Neil ya no persiguiera más tesoro que el calor de la amistad, esa frase que soltaba en 2012 Julio Bustamante al abrir su tema “Aviones de papel”. Quiero pensar que, justo por eso, no es casualidad que esa canción del cantautor valenciano y la octava de “Barn”, titulada “Tumblin’ Thru The Years”, suenen tan parecidas en su arranque, tan hermanas. Y que también por eso, por ese calor de la amistad, Young ha reclutado para esta grabación a los Crazy Horse, su formación médica de cabecera (Billy Talbot al bajo, Ralph Molina a la batería y Nils Lofgren, más fino y detallista que el ímpetu del retirado Frank “Poncho” Sampedro, a la guitarra), para así dar más cuajo al que es, seguramente, el mejor disco que ha parido en una docena de años (como mínimo), o al menos al que mejor se disfruta. Necesitaba a su Caballo Loco porque “Barn” está cargado de esa pasión romántica que trae la nostalgia (la palabra “old” aparece mucho) cuando transmuta en reencuentro. Es como si Sam y su cine hubiesen resucitado en “La última película” de Bogdanovich. Ahí está, para que lo entendamos, “Welcome Back”, penúltima canción del disco, la más larga, más de ocho minutos, con un solo de guitarra que late bien alto, donde Neil nos dice: “Voy a cantarte una vieja canción justo ahora, una que ya has escuchado antes, puede ser una ventana a tu alma que puedo abrir lentamente, llevo cantando así mucho tiempo”. ∎

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