A Oumou Sangaré el estallido de la pandemia la pilló en Nueva York, donde pasaba unas semanas de asueto después de la celebración del Festival Internacional de Wassoulou, que ella misma organiza en su región natal del suroeste de Malí desde 2016. Decretado el cierre de fronteras, decidió cambiar el ajetreo de la ciudad de los rascacielos por Baltimore, que a lo mejor no es un lugar tan chungo como lo pintan en series tipo “The Wire” (2002-2008) o “La ciudad es nuestra” (2022). No debe serlo, ya que, aparte de comprarse un apartamento allí, la diva africana halló la inspiración precisa para escribir las canciones de su nuevo álbum, “Timbuktu”.
Lejos de casa a la fuerza –lo que seguramente propicia la introspección–, la señora Sangaré pudo iniciar un proceso en el que, a partir de cierto punto, reclamó la asistencia de su viejo amigo y cómplice Mamadou Sidibé, consumado intérprete de n’goni afincado en Los Ángeles, y coautor de tres de las once piezas del trabajo. Escritas ya las canciones con bases tradicionales, algo más tarde se sumó al proyecto vía internet desde Francia el guitarrista Pascal Danaë, fundador del grupo de blues-rock criollo Delgres, que aporta un color definitivo a la obra como instrumentista y coproductor.
En las últimas tres décadas, Oumou Sangaré se ha afianzado entre las mayores estrellas de la música africana, así como en una comprometida activista que ha despertado conciencias en materias político-sociales, como el empoderamiento de las mujeres. Con este trabajo, se vuelve a poner en valor la brillante estela de una creadora y extraordinaria vocalista que, con todas las patentes de “autenticidad” que se le quieran exigir, apunta más allá del público específico de lo que hace unas décadas solíamos llamar “música étnica”. El álbum supone también su regreso a World Circuit, la escudería que la lanzó internacionalmente en los 90.
Con la entrada en escena de instrumentos hasta ahora inéditos en su discografía como el dobro y la slide guitar, la maliense establece conexiones con el blues primigenio. Brillante vuelta de tuerca con la que cautiva al oyente desde los primeros compases del “Wassulu Don” inicial, un contagioso tema donde aboga por las gentes de su patria chica, que discurre propulsado por la guitarra eléctrica, los juegos vocales y el diálogo que se establece entre el n’goni y el dobro.
El pelaje más melódico de “Sira” y la amable elaboración de “Degui N’Kelena” van marcando una estupenda ruta donde también nos atrapará, por su pálpito trascendente y su belleza –tal vez también por el dolor de fondo que atesora–, la pieza titular del álbum: “Timbuktu”, el tema que cierra la primera cara, resulta ser una suerte de plegaria brillantemente tricotada por el toque de Sidibé, donde la cantante interpela a los habitantes de la emblemática ciudad africana, cuyos tesoros culturales fueron prácticamente arrasados hace una década por el fanatismo yihadista.
Una cierta exuberancia y, de nuevo, ese contagio que invitará a menear el cuerpo incluso al más paradito marcan en “Sarama” otro de los episodios álgidos del álbum, con el añadido de un cortejo de voces en plan call and response de irresistible brillo. Oumou Sangaré cierra con solemnidad este trabajo mediante “Sabou Dogoné”, tema en el que profundiza en el acervo musical tradicional de Wassoulou. En el ínterin, caerán otro par de gemas. Es el caso de la amorosa “Kanou”, con un trabajo vocal rico en matices, al punto de que por momentos nos sitúa en un atractivo territorio a caballo entre lo sensual y lo áspero. Algo más adelante, el balafón de Bala Kouyaté dará un nuevo punto de distinción a garbosa “Kêlê Magni”, con pirotecnia eléctrica y la denuncia de la violencia que asola su tierra como telón de fondo. ∎
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