El tiempo que ha pasado entre su abrasivo debut (“Lack”, del 2017) y este segundo álbum no ha sido en balde para Pan Daijing. La artista de origen chino ha trabajado intensamente en componer para otros, especialmente para compañías de ópera, espectáculos teatrales e instalaciones en centros de arte, como la Tate Modern de Londres o el Haus der Kulturen der Welt, en su Berlín adoptivo. También, y es necesario mencionarlo, puso buena parte de su energía en trasladar al directo la música de ese primer álbum, con una puesta en escena muy performática y oscura, que pasó en enero de 2018 por las noches del CaixaForum de Barcelona comisionadas por Noelia Rodríguez. De hecho, el peso dramático de esos conciertos encaja perfectamente con todo el trabajo hecho por encargo que empezaba a llegarle desde diferentes flancos. No es de extrañar, pues, que, tras tanta energía focalizada hacia afuera (colaboraciones, exposición del propio cuerpo como arma expresiva, composiciones para elencos vocales numerosos), Pan Daijing haya mirado para dentro en su siguiente paso discográfico.
“Jade” es un disco muy introspectivo, pensado y ejecutado en soledad, que subvierte los hallazgos de “Lack” como si fuera su reverso, su negativo: sigue el ruido y la querencia industrial, pero aquí está más controlado, casi tratado como una textura sobre la que lanzar mensajes esenciales. La voz toma en ese sentido mucho más protagonismo, para susurrar desde la desnudez, sugerir imágenes o directamente expresar la inquietud que sigue marcando su personalidad y su música. Ha bajado revoluciones y decibelios, pero eso no significa que el discurso haya perdido fuerza.
“Jade” se escucha con más atención, con mayor profundidad, y los conceptos llegan más claros: la creación como proceso sin fin (“¿Y si una canción no fuera una culminación sino una marca del fuego, una huella o un cráter que queda tras el proceso creativo?”, dice en las notas que acompañan al álbum), la soledad como liberación y prisión al mismo tiempo, la búsqueda de límites y espacios extremos (en “Ran” o “Metal”, por ejemplo) para alcanzar cierto tipo de conocimiento real. Con el protagonismo de su voz, filtrada y operística en algunos pasajes, en otros más natural y directa, lógicamente también llegan con mayor nitidez las frases y la poesía: “I take my bath in the ocean, I won’t get out” (en “Let”, un tema casi ambient); “I didn’t ask you to stay (…) Did I ever need you too much?”, en la excelente y sombría “The Goat”, dirigiéndose a alguien cercano y probablemente ya ausente. En “Tilt” adopta un tono más narrativo, presentando una escena cotidiana (aunque inquietante: “I saw a person in the street, he moved slowly”) antes de sucumbir, y hacernos sucumbir a nosotros, bajo una voz robótica que siembra la amenaza.
No es el suyo un mundo en el que sea fácil entrar o en el que se pueda solo pasar un rato para mirar; pero ya no resulta tan hermético e impenetrable como antes. Ahora parece hablarnos desde un sitio más reconocible, ese en el que el desasosiego y la vulnerabilidad no tienen por qué dejarte necesariamente fuera de combate, y en el que la belleza aparece como un vaivén, entre espectros y amenazas detrás de la puerta. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.