Álbum

Parade

Mares poco profundosJabalina, 2022

16. 11. 2022

Se veía venir que este podía ser el disco más austero, orgánico y sobrio de Parade en mucho tiempo. La forma en la que había deconstruido el drum’n’bass amable del “Before Today” de Everything But The Girl para arrimarla a la bossa nova en “Anteayer”, corte que sirvió como adelanto, era una buena pista. No priman aquí los sintetizadores, ni las melodías epatantes ni las apelaciones a la ciencia ficción. Todo es más sutil, más artesanal si cabe. Una nueva reivindicación (una más) de los placeres sencillos y las palabras justas para expresar, sin necesidad de grandes alardes, todo aquello que importa en la vida: el amor, el paso del tiempo, la música como salvoconducto a una cierta idea de trascendencia. Sin subterfugios ni metáforas. Íntimo y directo al corazón. Sin necesidad de cuadrículas espaciales ni temporales. Pop imperecedero.

Los mimbres lo condicionan, claro: la guitarra de Eduardo Piqueras, el contrabajo de Juan San Martín y la batería de Quique Villafañe acompañan al piano y la voz de Antonio Galvañ, redondeando una atmósfera muy de banda de jazz y club nocturno, de cónclave fraternal en torno a un enclave acogedor y familiar, con la trompeta de Jesús Rodríguez apuntalando el guiño al pop indie británico de los primeros 80 (la sombra de los Pale Fountains) en canciones como “Pasado, presente y futuro”, quizá la mejor declaración vital y de intenciones que nunca haya plasmado el músico yeclano en torno a su modus operandi, la fidelidad a sí mismo y el legado que nos pueda dejar: de momento, once álbumes como once soles. Y se nota en este último la mano de Ramón Leal, músico y productor de jazz que convocó a los aquí presentes, razón de peso para que aquel período en el que el pop británico más artesanal maridó con el jazz o la bossa (la época también de Weekend, los primeros Everything But The Girl o The Style Council) sea una sombra razonable.

En cualquier caso, esa es solo la espuma de sus días, porque todos los palos que aquí despliega Galvañ son conocidos y quizá recurrentes, pero sigue bordándolo cada vez que los expone. Ya sea el swing de “Ya despegaré mañana” (estupendas armonías vocales), la balada románticamente desarmante en “Bailemos”, el guiño a la canción italiana ginopaelista en la preciosa “Volver a encontrar un amor”, el doo-wop en “Premio de consolación” o el pop pluscuamperfecto de “No confíes en él”, otro aspirante a clásico instantáneo de su discografía. “Soy un iluso sin dinero, soy un humilde silbador”, nos dice en “Canto mi dudu”, apertura que tiene un poco de algunos de los nutrientes que hemos apuntado ya, y que ratifica su condición magistral en un arte de la canción que solo es menor en los guarismos que dicta la industria. ∎

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