Atención: terreno minado.
“Let England Shake” es un campo de batalla, una carnicería. Está lleno de trincheras, cadáveres, fusiles y cañones, huesos calcinados, soldados en la niebla y el fango, bombas, huérfanos, sangre, tumbas olvidadas, heridas, alambre, cruces, desfiles. Es la guerra: la pasada, la presente y ¿la futura?
Polly Jean sabe, como el gran Tony Judt, que algo va mal, y en su octavo disco en solitario se ha dedicado a explorar la iconografía de la destrucción, esa que hace decir a los hombres y mujeres
“he visto y he hecho cosas que quiero olvidar”. Britannia es el lienzo y la Gran Guerra (1914-1918) la excusa para el trayecto. Pero el Mal (como el Bien) no sabe de barreras temporales y estas estampas que podrían pertenecer al álbum de recuerdos del último soldado superviviente resuenan hoy con eco redoblado para señalar los agujeros negros de demasiados conflictos olvidados y enquistados.
Convertida en la Voz de la Muerte, Polly Jean se aleja de las estancias de asfixia gótica del anterior
“White Chalk” (2007) y firma un álbum febril y desesperado que suena primitivo y básico, urgente. Y que contiene algunas (bastantes) de sus canciones más directas y adhesivas. Escoltada por John Parish y Mick Harvey (más la batería de Jean-Marc Butty en algunos cortes), “Let England Shake” discurre musicalmente con fuerte galope rítmico y con la protagonista explorando las posibilidades de su voz (en tono agudo en gran parte del trayecto). Todo el entramado de guitarras/percusión esconde, no obstante, un preciso, intenso y económico arsenal de instrumentos poco comunes en la discografía de la de Dorset –autoarpa, saxo, trombón, cítara, xilófono, violín– que hacen que el tapiz musical se alce rico e insólito, nuevo. Y lo consigue.
“Mi mayor miedo es repetir lo que he hecho antes”, dice. A casi veinte años del fogonazo de
“Dry” (1992), PJ Harvey continúa siendo una fuerza de la naturaleza, una artista inquieta sin temor a enseñar, a señalar, las entrañas.