Reconozco no saber traducir exactamente el título del segundo álbum de Rachika Nayar. “El cielo viene a estrellase”, o algo parecido. En cualquier caso, la imagen de portada sugiere esa sensación de desvalimiento –juvenil– que sobreviene tras una noche de emoción, sudores varios, quizá alguna espuma y largos plantones: una pareja se abraza apasionadamente, ella de rodillas, entre el fragor del tráfico nocturno, puede que a pocas horas del amanecer. El cielo se viene abajo, con las estrellas y todo lo demás.
Una idea aproximada para esta música a la vez tensa y planeadora, arpegiada y sonámbula, convocaría a nombres lejanos entre sí, pero tan emparentados como Manuel Göttsching, OMD, Maurice Deebank, Robin Guthrie, Boards Of Canada, Bark Psychosis, Slowdive, Angelo Badalamenti, Beach House, Cliff Martinez, Molly Nilsson y algunos pilotos anónimos de la era rave que tengo en la punta de la lengua. Resumiendo, la guitarrista afincada en Brooklyn hace algo así como una sanadora “bedroom music”.
Nayar delinea en 2022 un orientado cruce de caminos entre el shoegaze, el post-rock, el dream pop y la electrónica indie, con algo de la mejor new age y del Midwestern emo. Todos estos estilos reúnen a menudo un sentimiento íntimo y épico, casi de epifanía para el bajón. Miro por un agujerito y veo a un montón de amigos para siempre –con buen gusto– agotando los últimos signos de vida posfiestuqui. Alguno ya retirado habría donado sangre por una receta tan elegíaca como la de “Heaven Come Crashing”.
Pero la música de Rachika Nayar no es tan funcional como parece tras leer estas torpes líneas. En absoluto: no es sencillo manejar sus ingredientes básicos, léase, guitarra eléctrica, sintetizaciones digitales, texturización y repetición, sin caer en el pozo común del género y el aburrimiento. En su empresa lo ayuda Maria BC, con disco de debut este mismo año –“Hyaline–, prestando su voz en un par de temas, “Our Wretched Fate” y la homónima. Esta última, con estacionales turbulencias drum’n’bass, junto a “Nausea” y su prolongación natural en “Promises”, condensan todo lo dicho hasta ahora: luces de neón, sentimiento de infinitud y melancolía a borbotones. Síntoma de una desesperanza generacional manifiesta en los títulos parciales de un álbum que también proyecta luz, no te deja indiferente y supone un paso de gigante en la prometedora carrera de Nayar. ∎
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