Álbum

Robe

Se nos lleva el aireEl Dromedario, 2023

22. 12. 2023

De los discos que salen en enero y febrero casi nadie se acuerda cuando toca elaborar las listas con “lo mejor del año”. Los que salen en diciembre, en cambio, suelen llegar tarde para entrar: el número de papel de Rockdelux, que debe estar al caer ya en los quioscos, se cerró tras la primera semana de diciembre, así que… ¿dónde coño metemos “Se nos lleva el aire”, el cuarto álbum de estudio (más un doble en directo) de Robe? Porque lo tiene todo para que sea uno de los tres mejores del año.

Indudablemente, y como es habitual, Robe suena a Robe. O Robe suena a Extremoduro. O Extremoduro era única y exclusivamente Robe. Porque con cuatro discos ya en solitario desde hace diez años (aunque “Lo que aletea en nuestras cabezas” no se publicara hasta 2015), en ningún momento se ha echado de menos a ese supuesto lugarteniente Iñaki “Uoho” Antón, cuya responsabilidad en el sonido general de la banda se ha diluido por completo, como un azucarillo en una piscina de agua dulce.

De hecho, Los Robe, como él mismo llama ahora al grupo, son más sólidos y estables que nunca, con Carlitos Pérez al violín, David Lerman al bajo (y normalmente también al clarinete y saxo), Alber Fuentes a la batería, Álvaro Rodríguez Barroso al piano y los teclados (y en ocasiones al acordeón) y Lorenzo González a las voces y coros, desde el primer momento. La última incorporación, como guitarra, se produjo ya en “Mayéutica” (2021), y fue Woody Amores, absolutamente afianzado en su papel.

El talento de Robe es inconmensurable y lo supimos enseguida, pero lo mejor es que parece ser inagotable: son ya más de treinta y cinco años de trayectoria y sigue creando joyas con lo que parece una facilidad pasmosa. Hasta cuando se deslizó por músicas más calmadas, con “Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Destrozares. Canciones para el final de los tiempos” (2016), nos descubrió facetas y talentos suyos insospechados, que han retroalimentado los discos que hizo a continuación, “Mayéutica” y ahora “Se nos lleva el aire” (con ese preámbulo publicado hace año y medio, “Ininteligible”, una canción que publicó aparentemente porque sí, y que ahora recupera e incluye aquí), que nos ofrecen de nuevo al Robe más fiero y duro, por momentos incursionando con decisión en el heavy, pero capaz de adornarse con elementos que convierten su obra en algo mucho más elevado y (hay que decirlo) artístico.

Que empiece al paso –en terminología ecuestre– con “El hombre pájaro” ya no nos despista: a continuación se lanza al galope, con intención de reventar al caballo con “Viajando por el interior”, uno de los temas más frenéticos que haya publicado nunca. Por eso llegan a continuación “Nada que perder” y “A la orilla del río”, más ligeros, de refresco, y quizá los menos seductores del disco (pese a que “Nada que perder” fuera el primer single del álbum). “El poder del arte” va, como dice en su letra, “cogiendo carrerilla / para emprender el vuelo” y después de un inicio como de balada se convierte en un auténtico e intenso rock progresivo a la manera de los setenta, con múltiples vericuetos para transitar y en los que perderse en sus nueve minutos de duración. “Haz que tiemble el suelo” lo consigue con su ritmo pesado y su contundencia abismal, y ese sonido de órgano Hammond que taladra el cerebro.

“Puntos suspensivos”, otro tiempo medio en el que brilla el protagonismo del violín, da paso a la terna decisiva de temas con que va a finaliza, la citada “Ininteligible”, “Adiós, cielo azul, llegó la tormenta” –de sonoridad pop hasta que el Hammond vuelve a hacer de las suyas y nos recuerda que los Doors también sabían hacer chillar el órgano hasta confesar sus secretos más profundos– y “Esto no está pasando”, una cachondada semipunk que podría haber formado parte del “Tú en tu casa, nosotros en la hoguera” (1989) de Extremoduro, posteriormente reeditado con el nuevo título de “Rock transgresivo” (1994). El disco es el más variado que haya publicado jamás, un compendio de músicas que recorre cuatro décadas de historia del rock como si nada. Solo de imaginar en lo que estas nuevas piezas podrán convertirse en directo, cuando en mayo dé comienzo la gira “Ni santos ni inocentes”, me pongo ya a temblar.

No quiero acabar este comentario sin una consideración que siempre me viene a la cabeza cuando le escucho: si Robe hubiera nacido en Nueva Jersey y cantado en inglés, su dimensión sería planetaria. ∎

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