Flamenca cabal, bendecida por la comunidad (en 2008 se llevó a casa la Lámpara Minera), jovencísima y documentada: el tratado sobre la obra del incomprendido (en su tiempo, por el mainstream del género) Pepe Marchena (1903-1976) que contiene este disco corta la respiración, por atrevido, libertario y estético. El experimento es más que eso, así que, entre afrontar la enésima escucha asociándola en todo momento a su inspirador y hacer exactamente lo contrario, escojo la segunda opción, porque el eco de Marchena, aquí, va más allá del cante y de la elección del repertorio: si el creador de la colombiana llevó al flamenco todo cuanto pudo y quiso, Rocío Márquez se apropia de lo que hoy ya es legado para redondear una expresión insólita y cerrar un círculo poético.

¿Se puede cantar por Morente como género? Ella lo hace desde el primer minuto, e incluso la participación de Raül Fernandez Refree en arreglos, guitarras y mezclas responde a ese concepto: es el extranjero. Ignoro quién puso qué y en qué medida, pero parece menos importante saber si la colombiana fue antes guatemalteca, o cuán delgada es la línea que separa flamenco de folclore, que el enfoque rompedor de los temas, que terminan remitiendo al Morente más onírico, al iconoclasta, al rockero; el de las voces superpuestas hasta el infinito, las percusiones mareantes y la electricidad. Todo eso está en “El Niño” y, en el centro, el respeto por el silencio y una voz de privilegio. ∎