Álbum

Rojuu

StarinaStarinA, 2022

30. 05. 2022

Establecido ya como una de las referencias musicales de su generación, y con la vuelta de los conciertos en los que poder descorchar en directo todo lo que lleva dentro –gritos de ultratumba a lo Playboi Carti mediante–, Rojuu vive una etapa efervescente. Solo tres meses después de sacar “KOR KOR LAKE” (2022), arroja nuevo proyecto, “Starina”. Un ritmo de trabajo frenético e hiperactivo que, esta vez, se ve plasmado en un sonido esquizofrénico.

Si “KOR KOR LAKE” venía a confirmar el artista en el que se había convertido Rojuu en su corta pero prolífica carrera, “Starina” demuestra que en su inquietud por conquistar nuevos terrenos se encuentra una de sus mejores virtudes. Con la tranquilidad de haber entregado un álbum más “accesible”, era hora de experimentar. Sin miedo. Más que una metamorfosis, esto es una digievolución del adolescente que empieza a dejar de ser.

Y es que, que Rojuu vomitara, cual niña del exorcista, un producto como “Starina” solo era cuestión de tiempo. En sus anteriores trabajos la faceta emo estaba dominada principalmente por un sentimiento melancólico, atravesado por un indie pop apesadumbrado, por devaneos trap depresivos o por una ansiedad digital hecha hyperpop. Aquí, en cambio, lo emo muta en fantasía oscura, impregnándolo todo de una agresividad descontrolada en un baño lisérgico de breakcore, rave y hardcore. Pura demencia.

En el lago KOR KOR ha caído la noche. De hecho, en ese disco ya había una progresión hacia un final tenebroso que abría la puerta (del Infierno) a algo como “Starina”, la amenaza de que el Rojuu melancólico podía ser acuchillado en cualquier momento por una nueva entidad, mucho más agresiva. Así ha sido. Y seguramente a algunos no les vaya a gustar. Pero esto, veintitrés intensos minutos para escucharse en bucle, es de lo más estimulante que Rojuu ha hecho nunca. Una nueva cara, críptica, casi indescifrable. Un reverso lunar que no busca ser entendido sino corroer y afligir, retando al oyente en un movimiento que, salvando las distancias, es comparable al de “Yeezus” (Kanye West, 2013) o al de “Whole Lotta Red” (Playboi Carti, 2020), con esa actitud irreverente, saltándose la línea recta para hacer fritura de nuestros oídos. Ese gusto adquirido, de entrada desagradable, que luego ya no puedes parar de consumir.

Nada de esto sería posible sin la intervención capital de Trillfox y Steve Lean. Ambos productores se reparten la totalidad del proyecto, conformando una suerte de bicefalia sonora en la que la vorágine grindcore de Trillfox toma el mando en la primera parte: saturadísima, llena de trallazos oscuros lanzados sin filtro, enterrando la voz de Rojuu en las instrumentales. Aquí, las pocas y repetitivas letras, si bien incentivan la vocación perturbadora, son lo de menos. Más importante es el cómo se presentan los distintos personajes que deambulan dantescamente por el espacio sonoro: un robot satánico en una batalla de aires metal con samples de Loquendo –Invirtiendo la cruz”–, zozobra techno contra Twitter –Rae raVe–, un príncipe de las tinieblas susurrando antes de dar paso a un drop hardstyle durísimo –akiraplayboi en Sol oCulto”–, el Yung Lean de “Oreomilkshake” reencarnado en pitufo maligno encima de jersey club –l.i.R.s.i.i.S.L.e.O (tierra intermedia)”– o un Patrick Bateman germinado en lo digital –“Mucha, mucha calle / pero, cómo se nota que sus falta internet”, suelta Rojuu, reivindicando raíces, en “Internet”–.

La irrupción de Steve Lean no calma la cosa, aunque sí que su producción deja más espacio para que Rojuu se explaye en las letras. En “Stos demonios” samplea el etéreo “I’m God” de Clams Casino para llevarlo hacia un hypertrap al que da continuidad en “Luna de diseño”, punto álgido emocional en el que Rojuu canta atropelladamente sobre un amor perdido al que no sabe decir adiós. El vaporoso inicio de “Eclipse” nos devuelve fugazmente a la melancolía, aunque el ritmo no tarda en acelerarse, derivando en el auténtico cierre del proyecto, con un Rojuu ya exhausto por toda la tralla acumulada, agotando la reserva de estamina.

Los últimos dos cortes, como la intro con sample de Slipknot, son casi anecdóticos, mancillando las voces de Bad Gyal y Rosalía cual cadáver exquisito en “Outro - profundidad” y vampirizando el “METALLICA” de Yung Beef y Steve Lean en la inacabada “melasuda - Bonus Track” (¿remix?, ¿hermano bastardo?). La outro pone fin al motivo conceptual del disco: un viaje de la superficie a la profundidad, pasando por las tierras intermedias. Un “Infierno” de Dante en clave centennial, con el videojuego “Elden Ring” y el manga “Berserk” como santas referencias en un trabajo del que solo con el tiempo sabremos si, con su vocación puramente experimental, se queda en una simple muestra de la inquietud de Rojuu o por el contrario deviene en punto de anclaje al que volver para entender el porvenir de su carrera. ∎

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