Primero fue Jamie xx con “In Colour” (2015), al que ya tarda en continuación. Algo más tarde, Oliver Sim con el estimable “Hideous Bastard” (2022). Y ahora, por fin, el último vértice del triángulo (de la tristeza, pero también el baile) The xx lanza también álbum en solitario después de habernos puesto los dientes largos ya en 2020 con “Lifetime” y de marcarse con “Lights Out”, su colaboración con Fred again.., un gran hito de su carrera.
Ninguno de estos dos temas aparecen en el repertorio, pero eso no significa un déficit de hits. “Mid Air”, gran homenaje a los clubes (queer, en concreto) y a sus poderes curativos, limpiadores y relajantes, es un fantástico continuum de llamadas al éxtasis, una sucesión de melodías inspiradas (e inspiradoras) sobre los ritmos increíblemente luminosos que quizá no podían esperarse de quien cantó “Shelter”, pero sí de quien se abrió a la exuberancia soul en “Say Something Loving” (The xx) o al más claro fervor disco en “Loud Places” (Jamie xx).
Cada vez más lejos del monocromatismo gótico con que se presentó en sociedad, Romy quiere ahora, como antes Jamie, (re)presentarse a todo color. Para ello ha contado con la ayuda de expertos productores como el citado Fred again.., Stuart Price, Koreless o Avalon Emerson, talentos muy variados que no imponen su personalidad. Hay una visión clara, precisa, detallista y minuciosa, y es la de Romy Madley-Croft, siempre convincente en su más o menos nueva encarnación como (vulnerable) sacerdotisa hedonista.
La inicial “Loveher” marca el camino a seguir, el de la música para bailar con lágrimas en los ojos, el mejor género que hay. Piano house de nueva generación cortesía (en parte) de Fred again.., presente en siete de los once temas del álbum. A nivel lírico, romanticismo desencadenado y generoso (“no quiero controlarla, no quiero cambiarla, solo quiero amarla”) en aparente homenaje a su esposa, la fotógrafa y cineasta Vic Lentaigne. “Mid Air” es la historia de dos amores: por la pista y por esa mujer.
El paréntesis ambient “Mid Air” aparte, Romy encadena bangers sin dar tiempo al respiro, como en una perfecta, sensible sesión de la que ella fuera única voz. Se mueve ágil entre trance-pop de inusitada elegancia (“Weightless”, la abrumadora “Did I”, la poderosa llamada a la fragilidad “Strong”), los acentos balearic (“The Sea”, ojalá éxito en terrazas de Ibiza), el eurodance 90s onda Ace Of Base (“One Last Try”) o el disco más o menos de toda la vida (el doble nocaut final de “Enjoy Your Life” y “She’s On My Mind”); solo corrientes entregadas al noble arte de poner la piel de gallina mientras gira la bola de espejos.
Con la deliciosa “Twice”, Romy incluso parece postularse como voz de alquiler: ni letra ni música son suyas, sino esencialmente de la hitmaker Ilsey Juber (“Nothing Breaks Like A Heart”, de Mark Ronson con Miley Cyrus, por ejemplo). Y no se me ocurre mejor posibilidad que un mundo donde todas, todas las canciones de la discoteca estuvieran cantadas por ella. ∎
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