Leo decir a Sila Lua en una reciente entrevista que ninguna de sus canciones puede adscribirse a un género concreto, y es de las pocas ocasiones en las que creo que toca dar la razón a quien afirma esto. Y es muy estimulante como oyente. No es un mero latiguillo promocional. Escucho “EQUILIBRIO” y no me queda claro si es una cumbia o un bolero digital, y cuando su ritmo se aviva también lo hace mi incapacidad para encajonarla. Empieza “YERBABUENA” y lo primero que recuerdo es el “Smooth Operator” de Sade, pero luego me pregunto si es una bachata o un tango, sobre todo cuando suena algo que se parece a un bandoneón sintetizado. “TOY TRANQUILA” me dirige mentalmente al afrobeat, pero luego sus arreglos me hacen cruzar el océano porque huelen a salsa. Y el mismo (bendito) cruce de cables me genera “PLAN B” cuando su remedo de house clásico se ve sacudido por percusiones latinas. Cuando la voz de la belga congolesa Reinel Baloke irrumpe en “SOLO AMIGOS” empiezo a no tener claro si es una bachata o una pieza de afropop, menos aún cuando se repite un riff que me recuerda tanto al de “Tú me dejaste de querer” de C. Tangana. Mi empanada mental es de lo más placentera. Ojalá todas iguales.
“HACE TEATRO” puede ser vista como bounce pero también como dembow, al igual que “BRASIL” se debate entre el reguetón y el funk carioca. Y cuando este segundo disco de la viguesa llega a su fin, la cadencia de la salsa brota tras lo que parecía iba a ser un festín electropop en los primeros compases de “TBC”. Tan solo la acústica “OJOS” tiene un molde inequívoco, pero lo hace porque es como un necesario y oxigenante remanso de calma para no sobrecargar de estímulos al consumidor. Y la verdad es que también se agradece. La producción de Pau Aymí (Amaia, Maria Hein, Dianka, Cristina Len, Lucas Bun), que en “BRASIL” se complementa con los brasileños Marcio Arantes (Anitta, Soffi Tukker, Ibeyi) y DJ Gabriel do Borel (Rosalía, Bad Gyal, Anitta), y en “PLAN B” lo hace con los jerezanos Sherry Fino (Ana Mena, Foyone, Space Surimi), encaja como un guante en once canciones despiertas a influjos de cualquier latitud, que suenan contemporáneas pero no coyunturales, y que confirman la progresión de Sila Lua desde su estimable debut de hace tres años, “Rompe” (2022). La traducción al escenario se intuye suculenta, sobre todo teniendo en cuenta sus más recientes videoclips. ∎
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