Bajo
Suscripción
Llora la guitarra, estremece el quejío. “Las estrellas y los luceros / Todos se rinden al día / Yo me rindo a ti / Enrique del alma mía”, canta Soleá Morente mientras retira el primer velo de “Aurora y Enrique”. Un telón que es en realidad un espejismo, un arrimarse al flamenco solo para asegurarse de que la distancia será lo suficientemente pronunciada. “Canto como si el cante tuviera alas, me elevara”, recitará más tarde Soleá, el verso más libre de una familia sobrada de duende y talento; la hija pródiga que echó a volar junto a Los Evangelistas y ya no quiso bajar. De valentía andaba sobrada, sí, pero le faltaba afinar la puntería. Encontrar su propio lugar entre la ortodoxia y el culto a la tradición de sus hermanos Estrella y Kiki y la inimitable libertad de su padre Enrique; entre el respeto a la herencia familiar y el vuelo libre y sin ataduras. Pues bien: ese lugar es “Aurora y Enrique”, cuarto álbum en solitario de la mediana de los Morente y el primero en el que se permite ser ella misma. Ni hija ni hermana. Solo Soleá. Así de simple.
Hace poco más de un año lo que quería era bailar y espantar las penas entre rumbas y taconeos, sí, pero Soleá aparca ahora el jolgorio de palmas y el brío expansivo de “Lo que te falta” (2020), su anterior trabajo, para hacerse, este vez sí, un traje a medida. Un armario ropero con todos sus complementos a juego del que emerge, vaporoso y psicodélico, el primer disco compuesto íntegramente por la madrileña. Una docena de canciones nacidas de su puño y letra e inspiradas nada menos que por la historia de amor de sus padres, Aurora Carbonell y Enrique Morente. A ellos les canta en un disco que cubre prácticamente todo el terreno que va de Estrella Morente a Marcelo Criminal. Y no, no es una manera de hablar: las dos colaboraciones estelares de “Aurora y Enrique” son las que mejor explican la naturaleza de un álbum mutante y atrevido; un trabajo que arrima el flamenco a Beach House (“El pañuelo de Estrella”) y sublima la ligereza del pop a cuatro manos (“Marcelo Criminal”). A partir de ahí, barra libre: guiños al rock sintetizado en la estupenda “Fe ciega”, latigazos de electricidad oscura junto a Triángulo de Amor Bizarro en “Domingos”, canción dramática con vistas a Sufjan Stevens en “Yo y la que fui”, pop espacial escuela Los Planetas en “Iba a decírtelo”, nostalgias cantadas y emociones desbocadas entre las palmas y guitarras en “El Chinitas”... Todo vale, ya sea dream pop o post-punk aflamencado, para convertir “Aurora y Enrique” en uno de los trabajos más absorbentes y fascinantes de la temporada. Un disco hecho de memoria y pasado, de amores de polvo y arena, que Soleá transforma en un artefacto deslumbrante y contemporáneo. Una historia de amor encajonada entre el escalofrío estremecedor de “Aurora” y “Enrique” y convertida en impecable ejercicio de autodeterminación artística. “Ayer te fuiste y me dijiste / Que cantara y no llorara / Que echara las penas al aire / Pero que no te olvidara”, que canta en “Ayer”, canción que Soleá empezó a componer para el cantaor Arcángel y de la que brotó, majestuoso y brillante, el resto del álbum. ∎
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