Es como la navaja sin el filo. La carcasa sin la víscera. La arteria sin el bombeo sanguíneo. El envoltorio sin el regalo. Es la sensación que le embarga a uno al menos durante la mitad de los 49 minutos que dura este segundo álbum de los de Liverpool tras su reunificación. Dice (bien) su vocalista y frontman, Sice Rowbottom, que él y Tim Brown (bajista) siempre prefirieron lo limpio a lo sucio, lo sencillo a lo complicado. Lo segundo lo encarnaba Martin Carr, compositor principal y guitarrista de los Boos desde su fundación en 1988 hasta su disolución en 1999. Y se nota muchísimo que él ya no está. Hace tiempo que no da señales de vida creativa, de hecho. Ni siquiera por su cuenta. Y es obvio que discos como los que facturó a nombre de Brave Captain o los que publicó en solitario (algunos tan notables como “The Breaks”, en 2014) no pueden cotejarse junto a un “Giant Steps” (1993).
Pero lo nuevo de The Boo Radleys genera la misma melancolía que una ingesta indiscriminada de canciones paridas por Liam o Noel Gallagher en la última década, o una sesión de discos de Electronic que no sean su debut, o un buen rato escuchando lo último de Johnny Marr. La comparación con lo mejor de sus viejos tiempos es demasiado acusada como para hacer la vista gorda. Esta es una versión descolorida, desvaída, degradada, de lo que por un tiempo fueron los Boo Radleys: una de las mejores bandas pop de los años noventa. Y no solo en una Inglaterra que, borracha de britpop, solo prestó oídos a su single “Wake Up Boo!” (1995). Diría que en el mundo entero.
Dicho esto, que no es poco, tras la negación llega la aceptación. Y lo cierto es que “Eight”, para cuyo título no se han comido la cabeza, no es un mal disco. En un primer instante, me transmiten más emoción los tres primeros segundos de un vídeo del concierto que el trío (que ahora forman Sice, Tim Brown y Rob Cieka) acaba de dar en Reading tocando por vez primera en su totalidad aquella obra maestra que fue “Giant Steps”, a punto de cumplir treinta años y ser reeditado, que cualquiera de estas trece nuevas canciones, que (además) seguramente pasen desapercibidas en medio de la indigerible cantidad de novedades que se cierne sobre nosotros.
Pero es un trabajo bien digno. Y mejor que su predecesor, “Keep On With Falling” (2022). Retienen el fulgor pop en estribillos como los de “Now That’s What I Call Obscene”, “How Was I To Know” o “Seeker”, esta última con esas armonías vocales y la trompeta de Nick Etwell en primer plano. Retoman la cadencia del ska en “The Unconscious”, la del dub en “Hollow” y “Wash Away That Feeling” o la del reggae en “Skeleton Woman”, aunque no sean capaces de redimensionar esas plantillas y hacerlas volar en tres dimensiones como antaño. Incluso exploran algún territorio: “Way I Am” empieza como una balada con Sice en plenitud vocal hasta que se acelera, y “A Shadow Darker Than The Rest” es una buena pieza de pop de cámara, siguiendo la estela de Burt Bacharach, el primer Scott Walker o los últimos Arctic Monkeys.
Escasea la malicia, claro. La acidez. Alguna dosis de mala leche. La imaginación y las aristas. Pero es mejor de lo que cabía esperar, y si además sirve de excusa para un nuevo rodaje en directo de la obra de su fase imperial, la de la primera mitad de los noventa, pues bienvenido sea. Eso que nos podemos llevar a la boca. ∎
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