Tras año y pico coleando las excelencias de
“Exit Planet Dust” (1995), Tom Rowlands y Ed Simons se han mirado al espejo y se han gustado. Igual de jóvenes, igual de rebeldes, igual de buenos chicos y alternando con frecuencia con los
vips del
hit parade. Si antes se lo hicieron con Tim Burguess (The Charlatans), ahora dan la campanada con el hermano del hermano: Noel Gallagher. Quizás más golfo pero no tan punk, el ínclito se atreve a cantar en el diamante en bruto (más bruto que diamante) de
“Dig Your Own Hole” (
“Setting Sun”) y el engendro sale tan bien parado que ya empezamos a pensar en las próximas relaciones de la pareja.
Consigan lo que se propongan o no, antes de montarse expectativas, a
The Chemical Brothers les tocaba mover pieza y “Dig Your Own Hole” vuelve a apostar por la patada de lo elemental al techno de diseño. Sentirse defraudado solo puede ser problema del que le pida peras al olmo; además, para evitar el agravio comparativo, que yo sepa, a los Ramones nadie les obligó a pedir perdón tras sacar “Rocket To Russia” meses después de “Leave Home”. Aplicado el cuento, decir que todo sigue ahí: el diseño floral de Negativespace (el colmo de lo kitsch compartiendo libreto con el amor sin fronteras del
hippy más grimoso), la vocecilla de Beth Orton, el trabajo en la mesa de Steve “Dub” Jones, el
acid bass de Seggs, pero, sobre todo, las bombas de bajo y los turbo-samplers, dispuestos a propulsar el ritmo en
raves cutrones y
sets elegantes.
“Block Rockin’ Beats” (título sacado de un fraseo de Schooly D,
sample incluido),
“Dig Your Own Hole”,
“Elektrobank” y “Setting Sun” alimentan el techno menos cerebral (¡es que no dejan tiempo ni para pensar!) con X vitaminados. Alguno de ellos, incluso, estaba caducado y la cosa acabó en psicodesmadre a lo Mercury Rev (Jonathan Donahue se une a la fiesta con su clarinete) en
“The Private Psychedelic Reel”. Pero ¡basta! Que no solo de punk viven The Chemical Brothers. Las horas pasadas frente al sintetizador moldeando los sonidos (el ritmo ya se despacha con una voz
sampleada, bajo, bombo e intuición) que colorean sus convulsivos
breakbeats reclaman su derecho a burbujear en clubs sibaritas. Matices que agradarán a consumidores “inteligentes” (como
“Piku” o la
bristoliana “Where Do I Begin”), pero que posiblemente pasarán desapercibidos dentro del subidón que sufren los feligreses de la química más fraternal (tribus del mundo: ¡uníos!) surgida de los platos más exigentes. ∎