Manejo a The Subways desde que sufrí una erección musical con “Rock & Roll Queen” en la peli “RocknRolla” (Guy Ritchie, 2008). Dios, qué caña da ver a Johnny Quid acercarse sosegadamente al portero del club, lápiz en mano, segundos antes de hacerlo desaparecer en la garganta del gorila, mientras revienta la voz de Billy Lunn como un Kurt Cobain colgado al final del concierto.
Pero, bueno, mucho ha llovido desde 2005, cuando salió “Young For Eternity”, disco en el que se incluye la canción, así como “Oh Yeah”, “With You” y otros temas que son como una sublimación de la neurosis adolescente muy propia del punk rock británico de los años diez. Esa arrogancia viril de los riffs –con silencios que marcan el cambio de ritmo en un aliño de desmadradas entonaciones– y letras sencillas –un poco cutres incluso– que varían del tozudo griterío al armónico canto pop fueron las claves de su inesperado éxito.
Dieciocho años nos separan de aquel disco. Tres álbumes, “All Or Nothing” (2008), “Money And Celebrity” (2011) y “The Subways” (2015), han marcado el recorrido de esta banda del jodido y palaciego Hertfordshire. Ya solo por los títulos se lee la evolución. No quiero ponerme muy freudiano, pero veamos… Tenemos el “All Or Nothing”, canto nihilista de chicos recién desvirgados poniéndose a tono y disfrutando de la gloria bendita de hacer el subnormal con el metafórico misil de la fama metido por el recto. Luego, el “Money And Celebrity”… Todas las estrellas, si duran lo suficiente, despachan un disco de este estilo que viene a gritar su esencialidad lejos de la pompa y el armiño del show business. Admito que “Kiss Kiss Bang Bang”, la canción con el título de la película homónima, siempre me pone santurrón. No está mal para empezar el día.
Y, ocho años atrás, “The Subways”. La confirmación, el bautizo de la madurez. Se acabaron los pelos azules. Las canas ya pueblan la entrepierna y, más que cantar sobre malos rollos adolescentes de un modo honesto y descarado, es hora de revisar el pasado, caer en la melancolía, soñar con la eternidad de una juventud que se despide sin pañuelo.
Por eso es tan interesante y morboso saltar sobre su nuevo disco, “Uncertain Joys”. Los rockeros británicos que dieron la campanada en los primeros años del siglo nos tienen últimamente acostumbrados a virajes del carajo que torturan a los puristas. Y “Uncertain Joys”… ¡cumple con la estadística! Pero, a diferencia de otros como Arctic Monkeys, con el verdadero efluvio alternativo y distinguido de sus dos últimos álbumes, The Subways presenta un rollo que no se digiere ni con un litro de Dalsy.
Veamos, no es solo que la mayoría de las canciones estén bañadas en una electrónica pop digna de la peor versión de Two Door Cinema Club, sino que temas como “Incantation”, “Joli Coeur” o “Futures” están inesperadamente cargados de un Auto-Tune fuera de lugar. La voz de Billy Lunn, con los acompañamientos de Charlotte Cooper, es de una melosidad a la que ni en las más baladeras partes de su discografía se habían rendido. Y todo da la impresión de ser el resultado de una orquesta de productores que intentan comercializar lo que nació para no serlo. Sinceramente, habría que colgar de los pulgares al cretino que los aconsejó.
Por suerte, la roña esmaltada con purpurina y, me atrevería a decir, sobre todo sin chispa ni gracia, encuentra oasis de sinceridad musical en temas como “Black Wax”, un fiel canto a la música con referencias a Kurt Cobain o Fiona Apple. También sobreviven los viejos The Subways: más rateros, punk, con un desencanto bien llevado y un estribillo muy atractivo en “The Devil And Me”, que despacha unos riffs no diré originales pero sí potentes.
En definitiva, The Subways vuelve como una de esas hamburguesas con Oreo o Kit Kat. Un intento de dulcificar lo que está mejor salado. Sí, se le permite el lujo de un bocado, pero para zampárselo entero hace falta una caja de antiácidos. Dicho esto, habrá a quien le guste. Pero también existe la coprofilia, así que eso no quiere decir mucho. ∎
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