Hay discos que ya desde la primera escucha huelen a obra maestra.
“The Black Rider” es uno de ellos, como también lo fueron
“Swordfishtrombones” (1983) y
“Franks Wild Years” (1987), en cuyas coordenadas musicales se mueve el último trabajo de
Tom Waits. Que no es, por cierto, la transcripción literal de la partitura escrita por Waits para la ópera de Robert Wilson/William Burroughs, sino un híbrido entre algunas de las grabaciones originales, registradas en Hamburgo con ayuda de una banda heterogénea (hay músicos de extracción clásica y otros reclutados en las esquinas de la estación de tren), y nuevo material, recreado cuatro años después por el cantante californiano apoyado por su inseparable Greg Cohen y otra magnífica banda, de la que destaca el chelo Matt Brubeck, hijo del pianista de jazz Dave Brubeck.
El argumento de “The Black Rider” responde a los arquetipos del cuento gótico: un hombre firma un pacto con el diablo con el fin de conseguir la mano de su amada, a la que, poco después, dispara accidentalmente, como consecuencia de dicho pacto, para terminar recluido con ella en un manicomio infernal. Para ilustrar tan delirante historia, Tom Waits se ha servido de la atmófera de burdel y cabaret del Berlín de entreguerras, como si Bertolt Brecht y Kurt Weill hubieran resucitado para escribir una imposible marcha fúnebre a ritmo de circo y de aquelarre.
Pero no solo se escucha en “The Black Rider” el pálpito del Waits más
brechtiano y decadente. También asoman las orejas el Waits cinematográfico, con sus guiños a Badalamenti, a Rota o a Morricone, y el Waits emparentado con el aura morbosa de Burroughs, cuya voz arrastrada retumba sobre los acordes de la sobrecogedora
“T ’Aint’t No Sin” (y cuya ubicuidad más reciente sorprende: ahí están sus otras apariciones en discos de Nirvana, Ministry y Disposable Heroes Of Hiphoprisy). Carnaval gótico romántico dibujado en viñetas esperpénticas, “The Black Rider” trasciende los límites de una obra de encargo o de un musical del off-Broadway para revelarse como la rúbrica maestra de un ciclo particularmente fértil en la inspiración y el trabajo de uno de los artistas más inquietos y originales surgidos en la música popular del último cuarto de siglo. ∎