Casi nadie entiende esto. Y es lógico. ¿Qué necesidad tienen U2 de surtir el mercado y las plataformas de streaming de anodinas nuevas entregas cuando podrían hacer lo mismo que los Rolling Stones, quienes no entregan material original desde hace casi dos décadas? Sus últimas giras no lo han necesitado. Era tan fácil como nadar y guardar la ropa. Pero no. No contentos con despachar el primer disco spam de la historia con “Songs Of Innocence” (2014) y con prolongar tan mortecina secuencia mediante naderías como “Songs Of Experience” (2017), ahora los irlandeses se descuelgan con el tercer disco de título similar, inducido por la autobiografía de Bono, el libro “Surrender. 40 canciones, una historia” (2022). Una relectura (es un decir) de cuarenta canciones seleccionadas de entre las más de 400 que componen su repertorio, desde una óptica deshuesada, austera, crepuscular, a medio camino del socorrido formato acústico que multiplicó su factura como setas con el auge de los “Unplugged” de la MTV en los años noventa y de la mirada torva de aquellas seis entregas de los “American Recordings” del último Johnny Cash. Bueno, esto último también es un decir. Porque de la intención a los resultados, media todo un abismo. Hay que ser muy fan fatal, acérrimo hasta las trancas, incondicional hasta la sinrazón, para digerir estas dos horas y 46 minutos –cuatro discos– de un tirón sin esbozar un enorme bostezo.
Sin salir del primero de los discos: “One” no puede sonar menos intensa, ni “Where The Streets Have No Name” más anémica, ni “Stories For Boys” más destensada, ni “Beautiful Day” más insípida, ni “Bad” más interminablemente plomiza ni “Pride (In The Name Of Love)” más ahogada. La paleta de calificativos es extensible a cualquiera de las otras tres rodajas, que en realidad forman un mano a mano entre un The Edge sin electricidad y un Bono con (cada vez) menos voz, tratando de exprimir desde la atalaya de la madurez de sus más de sesenta años unas canciones que, en algunos casos, fueron escritas cuando apenas rebasaban los veinte. Pero una cosa es hacer de la necesidad virtud, ventilando los pliegues de la veteranía para desvelar rincones inexplorados de un temario que se presta a distintos registros, y otra es hacerlo languidecer como la oda a la esclerosis creativa que es este magno capricho, otro más en el devenir de una banda que lleva (como mínimo) 23 años sin entregar un álbum de mediana relevancia.
“Songs Of Surrender” tiene a su favor, y eso al menos les honra y es prueba de su inquebrantable y ciega fe en sí mismos, que la criba del repertorio es equitativa entre sus diferentes etapas y no escatima material de sus discutidos últimos trabajos. Y que no todo es inanidad o estropicio, claro. Algunas se salvan: “Red Hill Mining Town” sale airosa del envite con su sección de viento, “Vertigo” preserva algo de su ímpetu con su dinámico rasgueo de guitarra acústica, “The Fly” suena a humeante club nocturno y el falsete de The Edge en “Desire” al menos plantea la duda sobre su pertinencia, entre la sana e inteligente autoparodia de sus mejores días y el disparate involuntario: ya es algo. Pero en general esto es un monumento a la autocomplacencia. Pagadísimo de sí mismo. ∎
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