Bregado en el grime del sur de Londres en sus comienzos como productor y parte del mismo caldo de cultivo generacional que dio lugar a Arca, Fatima Al Qadiri o Rabit, Louis Carnell siempre ha entendido Visionist como una traslación sonora de su estado mental. De hecho, su primer álbum –“Safe” (2015)– recreaba las fases de un ataque de ansiedad y el segundo –“Value” (2017)– profundizaba en los problemas de autoestima y la presión social ante una concepción perversa y equivocada del éxito en un sistema hipercapitalista.
Aquellos dos discos eran una respuesta a la alienación y la distopía del siglo XXI desde la introspección. De factura eminentemente digital y efecto subyugante, las muestras de la voz de Carnell, formateadas como meras interjecciones, completamente deshumanizadas a través del software y utilizadas como un patrón sonoro más, eran un material recurrente en las mezclas. Esa multiplicidad de recursos digitales quizá respondía a la necesidad de crear y rodearse de entidades virtuales para aplacar la soledad que latía en el fondo.
“A Call To Arms” subvierte varias de esas constantes para resetear Visionist: por un lado, Carnell muestra su voz de manera natural, convirtiéndola en un elemento central de muchos de estos temas, y lo hace para alterar su estructura hasta acercarla a posicionamientos tangentes a la canción pop –desde una idiosincrasia libre y no convencional– y dejar espacio a una emoción más cruda y apabullante que se hace explícita en letras inteligibles. Por otra parte, hay un cambio fundamental en cuanto al método de trabajo, abandonando el aislamiento y el hermetismo inherente a sus otros discos para abrir el proceso creativo a otros artistas.
Esa voluntad de apertura –la necesidad de compartir, recibir y exponerse emocionalmente– también es común a la temática sobre las relaciones personales que Carnell verbaliza en las letras: el título del álbum responde a un juego de palabras en inglés, puesto que esa “llamada a las armas” podría ser en realidad una “llamada a los brazos”. Ese equívoco, así como la música que construye la escenografía para los textos, el diseño gráfico a cargo de Peter De Potter –conocido por su portada para “The Life Of Pablo” de Kanye West– y la afectación en la voz de Carnell recrean cierta épica de la intimidad en forma de baladas que parecen contaminadas con cadmio y plomo.
De entre todas ellas, “The Fold” sobresale de manera sobrecogedora. Compuesta e interpretada junto a Haley Fohr (Circuit Des Yeux) con la colaboración de Matthew Bourne al piano, es una canción asoladora sobre cómo el sentimiento de protección puede degenerar en una forma de aprisionamiento.
“By Design”, “Form” y “Winter Sun”, los otros tres acercamientos a esa concepción experimental de la balada, también son momentos álgidos en el álbum. “By Design” abre el disco con un minuto de distorsión atravesado por el clarinete de Ben Romans Hopcraft que se corta abruptamente para dejar espacio a treinta segundos de silencio absoluto. La idea sirve como un aviso, un recurso para fijar la atención. Al otro lado del vacío se reanuda ese mar de ruido sobre el que emerge un loop desquiciado como el graznido funesto de un ave carroñera volando en círculos. La voz de Carnell entra hacia la mitad de la pista como una mezcla imposible entre Dave Gahan y ANOHNI.
“Form” se levanta sobre un ritmo quebrado y marcial y cuenta con la voz de la cantante de ópera Lisa E. Harris, que se funde con el registro teatral de Carnell. Y “Winter Sun” es una especie de recitado sobre ambientes casi cyberpunk –recuerdan a las partes más inquietantes de la banda sonora de Kenji Kawai para “Ghost In The Shell” (1995)– sobre los que se cuelan volutas del saxo de Ben Vince y segmentos de un canto gregoriano.
En contraste con esas piezas, que entroncan con la tradición británica de pop oscuro, industrial y majestuoso (por momentos parecen invocar el espíritu de Dead Can Dance o This Mortal Coil), Carnell se abandona a pistas más radicales de distorsión salvaje (“Allowed To Dream”), ritmos rudimentarios y extenuantes (“Nearly God”, “Lie Digging”) y meandros de belleza arcana (“A Born New”, “Cast”). Intercalados en la secuencia, esos temas dotan a “A Call To Arms” de un equilibrio frágil entre la corrosión y la delicadeza, transformando la música de Carnell en algo más humano. Como una inteligencia artificial capaz de generar vida orgánica; una estructura de silicio de la que hubieran brotado sangre, músculos, grasa y tejido conjuntivo. ∎
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