El goteo de discos marcados por los confinamientos sanitarios prosigue, y algún día someteremos a estudio esta remesa de obras con frecuencia envueltas en cierta afectación espiritual. “SPARK” no va por ahí, aunque insinúe trascendencia desde sus compases de apertura: “Los problemas nunca se van / pero cambian / Yo sigo igual / Y en estos días me pregunto por qué”, canta Julien Ehrlich en “NOTHING REMAINS”, tema que te enreda con su espiral melódica a lomos de un loop percusivo y que nos vaticina novedades respecto a la producción anterior de Whitney.
El tándem constituido en Chicago por Ehrlich (voz tendente al falsete nasal, batería) y Max Kakacek (guitarra) se abrió paso con sus artesanales tejidos de origen folk en “Light Upon The Lake” (2016) y evolucionó hacia formas teñidas de un soft-rock con puntos de fuga ensoñadores en “Forever Turned Around” (2019). Ahora, tras la nota a pie de página que representó el disco de versiones “Candid” (2020), resurge con modos un poco más dinámicos, reforzando las pistas electrónicas e incorporando pulsiones rítmicas en roce con el rhythm & blues y el soul.
El disco pandémico de Whitney, concebido a lo largo de catorce meses de destierro en Portland, no resulta especialmente opaco, sino que el dúo practica un aplicado senderismo pop en el que entran en juego secuencias flotantes (piezas como “TWIRL” o “SELF”, con tramas narcóticas y trompetas de madrugada) y un desfile de artefactos vivaces, construidos sobre beats repetitivos, sobre los que Ehrlich piensa en voz alta en torno a la ansiedad social y la fugacidad de la existencia. Ahí hay que mencionar “REAL LOVE”, con su tonada forrada de sintes, y la arquitectura emotiva de “NEVER CROSSED MY MIND”. En contraste, “MEMORY” y “LOST CONTROL” resultan menos distintivas con esas guitarras discotequeras que harían felices a Nile Rodgers y a Daft Punk.
No hace falta que Whitney se ponga funky para seducir. Ehrlich y Kakacek despliegan un estilo propio con su predilección por las combinaciones armónicas elaboradas y sus canciones con doble fondo, que apuntan a zonas de sombra de nuestra emotividad. “SPARK” puede resultar, a la postre, un disco algo lineal, pero muestra un camino transitable para su pop a la vez aventurado y sexy, humanista y juguetón, que coquetea ahora con la sensualidad de la música negra, tal como una suerte de Todd Rundgren en versión un poco más mental. Así es en el clímax del álbum, “COUNTY LINES”, con su sinfonismo de bolsillo a cuenta de un desencuentro del corazón, cierre de un ciclo de canciones en el que extraviarte a gusto. ∎
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