Mucho se ha hablado en estos últimos meses sobre la oportunidad que desperdiciaron Yeah Yeah Yeahs para convertirse en líderes de una generación que, siendo sinceros, no fue más que una contextualización a la baja de los postulados nuevaoleros y post-punk originales.
Si tenemos en cuenta que ninguno de sus diferentes LPs jamás superó el notable, la resolución del debate sobre su verdadera valía se inclina cada vez más hacia el extremo de quienes exponen lo sobrevalorada que llegó a estar una formación que, si resaltó por encima de otras de su época, fue por el carisma de Karen O, y no por el valor intrínseco de una banda que, en realidad, nunca nos ofreció un banquete discográfico a la altura de lo que desprendía el excitante halo retro-punk colorista de su imagen.
No en vano, si los escuchamos con la perspectiva del tiempo, discos como “Fever To Tell” (2003) y “It’s Blitz!” (2009) no son más que pruebas de cómo jugar con la nostalgia desde la nada desdeñable posición del ladrón de guante blanco que, por otro lado, tan bien supo explotar su vecino neoyorquino James Murphy en LCD Soundsystem con sus trucos de mago tarantinesco.
Desde Luego, Karen O y los suyos jamás llegaron al nivel de vampirismo seductor desplegado por Murphy. En lo que sí conectaron fue en su devoción, reconocida o no, por grupos como Siouxsie & The Banshees, de quienes Yeah Yeah Yeahs absorben en este trabajo su vía más nocturna y elegante de la segunda mitad de los 80 en canciones como “Lovebomb”. También en “Burning”, en la que rocían con brío soul los postulados after-punk góticos.
En todo momento, los pilares dispuestos definen un equilibrio perfecto entre textura synthpop, pulsión cuasi disco y un crisol ornamental de cierta tendencia barroca en su conjunto, por la cual también hacen alianza con Perfume Genius en “Spitting Off The Edge Of The World”.
Sin ningún tipo de presión y, después de hacer perdido la oportunidad de haberse convertido en un fenómeno duradero, Karen O y los suyos han entregado el LP que querrían haber hecho hace años y que, después de repasar su discografía, se erige como la muestra más solvente de todo lo que han publicado hasta la fecha. Un trabajo notable que, como siempre han hecho, escapa de las cargas que, a lo largo de los años, les han obligado a llevar sobre sus espaldas. Porque ni en su momento fueron una formación con la capacidad para comerse el mundo, ni tantos años después nos transportan a un estado neo post-punk que, como todo lo englobado dentro de aquel etiquetaje contradictorio, se basaba en promover todo lo contrario que los preceptos rupturistas surgidos en su momento en las neuronas rabiosas de John Lydon.
Sin necesidad de demostraciones y gustándose a sí mismos, así es como funciona “Cool It Down”, un caramelo que, como todo dulce, siempre deja buen sabor de boca, aunque no sea de efecto muy duradero. ∎
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