La línea entre los temas escritos y las improvisaciones siempre fue difusa en la andadura de Henry Cow, la mejor de las bandas de talento experimental que surgieron de la rica escena de Canterbury, el Canterbury Sound que compaginó desde la recta final de los sesenta hasta mediados de los setenta a Soft Machine, Caravan, Gong, Lady June, Hatfield And The North, National Health, Curved Air y las aventuras en solitario o en otras bandas de Robert Wyatt, Kevin Ayers y Daevid Allen. Como mejor prueba, el largo tema “Oslo” incluido en una de las cuatro caras del doble vinilo “Concerts” (1974). Henry Cow siempre fue “la línea dura” de aquella escena angulosa, de influencia tan jazzística como psicodélica, que era capaz de construir canciones patafísicas y melodías de pop juguetón alejadas de los conceptos de art rock o rock progresivo que se estilaban en otras partes de Gran Bretaña siendo más avanzados que aquellos. Henry Cow ni hizo patafísica, ni pop, ni art rock, ni prog rock ni nada que se le pareciera. Coherentes como pocos, no han vuelto ahora, cuatro décadas y media después de su disolución, para desempolvar viejos temas, reverdecer laureles y vivir del cuento arty. En su regreso el año pasado no se celebraba la onomástica de su creación o la de la aparición de cualquiera de sus discos editados por Virgin Records cuando aquello era un sello y no una multinacional. Han vuelto porque han querido y además con un nombre nuevo que disipa cualquier tentación de tocar lo de antes para plateas que esperan reconocerse en la nostalgia de un tiempo pretérito. Ahora se llaman Henry Now y no Henry Cow, y con el solo cambio de una de las letras del nombre advierten que es una banda nueva que surge de la antigua para seguir trazando su viaje vanguardista, personal e intransferible.
Y así lo demostraron en el concierto celebrado el viernes 12 de enero en la pequeña sala Tete Montoliu de L’Auditori barcelonés. Una hora de actuación y un solo tema, una suerte de suite con repeticiones, modificaciones, crescendos cortados en bruto, rugidos analógicos, espasmos sónicos, alteraciones, silencios, mutaciones blues, rasgueos medidamente rockeros, herencia free jazz y un entendimiento fuera de lo común: los cuatro músicos no necesitaron ni un momento mirarse entre ellos para reconocerse los unos en los otros y evolucionar en su poco geométrica pero armónica composición-improvisación. Volvieron a escena para interpretar dos piezas muy breves, demostración de su polivalencia: se manejaron tan bien en el formato largo como en el corto, transmitiendo las mismas sensaciones en sesenta minutos que en apenas tres.
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