Thriller e historia de Harlem. Foto: Jordi Vidal
Thriller e historia de Harlem. Foto: Jordi Vidal

Entrevista

Colson Whitehead: balas (y bailes) sobre Harlem

Ganador de dos premios Pulitzer consecutivos con “El ferrocarril subterráneo” y “Los chicos de la Nickel”, el escritor neoyorquino cambia de registro con “El ritmo de Harlem”, vibrante thriller con el que inaugura un tríptico histórico dedicado al barrio neoyorquino y su transformación entre los años cincuenta y los ochenta.

30. 03. 2023

A Colson Whitehead (Nueva York, 1969), camiseta de los Misfits asomando bajo la americana y rastas apretujadas de cualquier manera en una cola improvisada, no le gusta que lo encasillen. Mucho menos que le asignen pancartas y portavocías. De ahí que, justo cuando todo el mundo esperaba una nueva novela de alto calado histórico y social como “El ferrocarril subterráneo” (2016; Literatura Random House, 2017) y “Los chicos de la Nickel” (2019; Literatura Random House, 2020), títulos con los que ganó de forma heroica dos premios Pulitzer consecutivos, el estadounidense se haya salido por la tangente con un thriller ambientado en el Harlem de los años cincuenta y sesenta. Un paseo por los bajos (y no tan bajos) fondos con el que Whitehead inaugura una trilogía detectivesca protagonizada por Raymond Carney, hijo de un mafioso de poca monta que, contra todo pronóstico, crece y prospera mientras utiliza su tienda de muebles para blanquear jugosos botines. A eso suena y de eso va “El ritmo de Harlem” (“Harlem Shuffle”, 2021; Random House, 2023). De barreras sociales y raciales, tramas detectivescas que esconden mucho más que un simple thriller, y gente supuestamente honrada tentada por el lado oscuro. Del burbujeante ritmo de unas calles hoy desaparecidas y de escribir a ritmo de jazz cuando en realidad lo que suena por los altavoces es espídico y veloz punk rock. De la vida en los márgenes, las máscaras con las que cargamos y, en fin, la obsesión por encontrar el apartamento perfecto, uno de los rasgos que el autor comparte con su personaje, tal y como explica a su paso por Barcelona para presentar la novela.

¿De dónde sale “El ritmo de Harlem”? Supone un gran giro respecto a “Los chicos de la Nickel” y “El ferrocarril subterráneo”, tus dos últimas novelas.

Está claro que “El ritmo de Harlem” no es un estudio serio sobre el racismo en Estados Unidos, así que si alguien me conoce solo por esos dos libros entiendo que pueda ser una sorpresa. Pero la novela anterior a “El ferrocarril subterráneo” era un libro de zombis. Y la de antes iba sobre unos chicos creciendo en los años ochenta. Siempre he ido dando saltos. Voy alternando libros más serios y libros más ligeros, en los que hay un poco más de humor. De hecho, la única excepción fueron esos dos libros consecutivos más serios.

Vamos, que lo que no querías era ganar un tercer Pulitzer consecutivo.

El segundo ya fue una auténtica locura, así que un tercero significaría vivir en un mundo irreal, completamente simulado (ríe)

“Tengo una novela de zombis que habla sobre la supervivencia y la superación del trauma, y la raza no es una cuestión ahí. Cuando el 99% de la población está muerta, parece que no nos preocupa tanto la raza como lo hace el resto del tiempo”

Hablas de novelas de zombis, de thriller, de novelas de detectives… ¿Qué te atrae de la literatura de género?

Bueno, primero la idea de la diversión. Es interesante abordar un género y ver qué convenciones quiero incorporar y cuáles quiero ignorar. Yo lo que quería hacer era una novela de atracos. Sin personajes, sin época, sin ubicación. Y a medida que fui construyendo este mundo y tomé estas decisiones, distintos temas empezaron a aparecer. El protagonista, por ejemplo, era pobre de joven y yo quería que accediera a la clase media. Y la clase se convirtió también en un tema. Su personalidad es bastante voluble, y eso también determina distintos aspectos de la trama y de su progreso. Siempre empiezo con una idea muy sencilla. “¿Y si el ferrocarril subterráneo fuese un tren de verdad?”. “¿Seré capaz de escribir una novela sobre un golpe?”. Y con eso vas construyendo el universo y descubres las ideas que hay detrás.

“El ritmo de Harlem” es también, o sobre todo, una novela sobre una ciudad y un barrio concretos. ¿Es Nueva York el mejor personaje con el que podría soñar un novelista?

Para mí, Nueva York es un personaje secundario. Pero el destino de la ciudad va ligado al destino de Ray Carney, del protagonista. Empezamos en Radio Row, un barrio que fue demolido para construir el World Trade Center, y luego vemos ese lugar, el cráter en el que estará el nuevo World Trade Center. Y claro, leemos el libro en 2023 y sabemos qué es lo que sucede en ese espacio. O sea, que la ciudad siempre ha sido destruida y reconstruida. Y se regenera. Y él también pasa por estos altibajos. Se ve obligado a levantarse después de sus fracasos. Cosecha éxitos, sufre sus reveses y la ciudad es una buena acompañante para su historia.

¿Es nostálgica tu mirada sobre Harlem?

A la gente le repugna la gentrificación y yo asumo una visión más neutra. Así es la vida de las ciudades. Los barrios cambian y el Harlem de los años sesenta, el que aparece en el libro, ya no existe. Si vas por la calle 125 no verás esos pequeños comercios. Seguramente verás Nike, Benetton, Burger King… Es decir, todas las cadenas que puedes encontrar en cualquier sitio. Yo viví durante mucho tiempo en Fort Wick, en Brooklyn, un barrio que tuvo un gran problema de crack en los años noventa y ahora está muy limpio. A veces paso por ahí y pienso: “Tendría que haber comprado ese laboratorio de crack cuando pude”. Pero las cosas no se pueden solucionar instantáneamente. La ciudad es demasiado dinámica y está fuera de nuestro control.

Una de las subtramas tiene que ver precisamente con las casas y la obsesión de Ray por encontrar el apartamento perfecto.

No todo el mundo opina igual sobre ser propietario de una casa o de un piso en Nueva York, pero en las grandes ciudades muchas veces luchas por llevarte tu parte del pastel. Y es comprensible. Este libro tiene una parte autobiográfica, que es esa idea de que el próximo piso te salvará, te curará de todos sus males. Y si encuentras el edificio correcto, la planta correcta, la cifra de dormitorios correcta, será una forma de encontrar la felicidad. Pero, en mi vida, yo me instalo en un sitio nuevo y la primera noche pienso: “¿Este ruido qué es? ¿El metro? No, otra vez no”. “¿Solo hay dos baños? ¿Cómo es que me he instalado aquí sin ver que solo había dos?”. “¿Dos armarios?”. O sea, que esa parte de mí sí está en Ray Carney.

Sin miedo al cambio de géneros. Foto: Jordi Vidal
Sin miedo al cambio de géneros. Foto: Jordi Vidal

¿Cómo dirías que es tu relación con la ciudad, con Nueva York?

A mí la ciudad me encanta, he crecido allí. Ha sido una gran fuente de inspiración. A veces escribo sobre la ciudad de forma alegórica, como en mi primer libro, “La intuicionista” (1999; Literatura Random House, 2000), y a veces de modo más realista, como en “Los chicos de la Nickel” o “El ritmo de Harlem”. Si en algún momento descubro la forma correcta de tratar la ciudad, dejaré de hacerlo, pero aún es un misterio que se me escapa. Este es el primero de tres libros, una trilogía sobre Ray Carney, que recorre Nueva York en los años sesenta, setenta y luego los ochenta, así que estoy intentando encontrar formas distintas de hablar de ello.

¿Qué has encontrado en Ray para querer dedicarle no uno, sino tres libros?

No es solo él; también su mundo. Me parece que su decepción consigo mismo es interesante. Él no reconoce que forma parte de una empresa delictiva, es como si fuera incapaz de comprenderlo. En “El ferrocarril subterraneo” y “Los chicos de la Nickel” todos los personajes están definidos por sus circunstancias. Está bien tener un personaje que a veces gana. Además, siempre me han gustado las películas de detectives y quería mostrar mi propia versión.

Escribir sobre un personaje tan ambivalente, alguien que es bueno pero que es malo al mismo tiempo, ¿es una respuesta a unos tiempos en los que cada vez hay menos matices?

Creo que es alguien cercano, con el que es fácil identificarse porque está a medio camino. Y muchos tenemos, hasta cierto punto, un yo un poco secreto al que intentamos domesticar y que cuando estamos solos dejamos que corra un poco. Espero que en sus fallos sea reconocible y en sus aspiraciones nos parezca cercano, pero tampoco va tan ligado a un momento concreto. Todo lo que he dicho creo que son temas universales y atemporales.

Cambia el género pero siguen ahí temas como el racismo, la brutalidad policial, la discriminación, los derechos civiles.

Bueno, a veces aparecen y a veces no. Tengo un libro que es de no ficción sobre el póquer, sobre el juego del póquer, y no estoy hablando del póquer para negros, sino de póquer. Y punto. Tengo una novela de zombis que habla sobre la supervivencia y la superación del trauma, y la raza no es una cuestión ahí. Cuando el 99% de la población está muerta, parece que no nos preocupa tanto la raza como lo hace el resto del tiempo. Pero sin duda es uno de los temas importantes, como la cultura pop o la ciudad. A veces sale y otras no. Yo creo que el racismo es una de las fuerzas que condicionan a Ray, igual que el capitalismo, la clase social, su propia composición psicológica, su formación, su educación…

“Yo creo que ahora los escritores afroamericanos de mi generación pueden escribir sobre lo que quieran. Cada uno tiene sus intereses. Tenemos nuestras propias formas de hablar del mundo. Algunos somos más políticos, otros menos”

¿Y te sientes obligado a tratar estos temas? Hay quien te presenta como el gran portavoz literario de los afroamericanos.

No lo soy. Soy una persona. Hay treinta millones de personas negras en el país: ricos, pobres, del norte, del sur... Nos gusta el heavy metal y el jazz. ¿Jonathan Franzen es el portavoz de los blancos? Esto no lo dirías nunca, ¿verdad? Bueno, yo creo que sí lo es, pero nadie lo diría. No me veo obligado a hacer nada. Si quiero escribir libros sobre jardinería, como decía, no jardinería negra, jardinería y punto, pues también está perfectamente bien. La vida es corta. Y cuando escribo un libro que no tiene nada que decir sobre la raza estoy haciendo mi propia obra como artista y no satisfaciendo la idea de lo que debería ser un artista negro que tiene otra gente. El primer libro que escribí era sobre vigilantes de ascensor. Y también hablaba de la ciudad, sus problemas, el progreso social. Pero hace cincuenta años no se hubiera ni publicado. Yo creo que ahora los escritores afroamericanos de mi generación pueden escribir sobre lo que quieran. Cada uno tiene sus intereses. Tenemos nuestras propias formas de hablar del mundo. Algunos somos más políticos, otros menos. Pero la vida es corta. Es importante hacer el arte que puedes hacer.

¿Qué crees que dicen tus libros sobre la sociedad actual?

Eso ya depende del lector, que decida él, aunque tanto si hablamos de la esclavitud como de la corrupción en Nueva York, hay un debate ahí sobre el capitalismo. También hay un debate sobre la raza. Para mí, “El ferrocarril subterráneo” y “Los chicos de la Nickel” van sobre la esperanza. Todos tienen que creer que van a poder sobrevivir, ya que, si no, ¿para qué seguir?

“El ritmo de Harlem” avanza a ritmo de jazz, de bebop, pero supongo que en esta evolución hasta los años ochenta que propone la trilogía aparecerá en algún momento el hip hop.

Ahora estoy escribiendo el tercero. Y el hip hop estará ahí, sí, sin duda. Pero, claro, Ray tiene cincuenta años en los ochenta y es musicalmente aburrido, más normalito. Freddie, su primo, sí que escucha a Miles Davis y Ornette Coleman. Sería bonito que Ray fuera alguien más hip y en los años setenta saliera por el CBGB o se pasara por el Max’s Kansas City, pero no puedo cambiarlo tanto. Digamos que no es el tipo de persona que sale por ahí con la Velvet Underground.

¿Qué tal eres como lector de thriller?

Me va por fases. Para mi primer libro me fijé mucho en James Ellroy y Walter Mosley. Ahora, el referente principal serían las novelas de la serie Parker que Donald E. Westlake escribió bajo el pseudónimo de Richard Stark. También Patricia Highstmih y “El talento de Mr. Ripley”. Ripley es uno de estos personajes complejos y múltiples, que sabe diferenciar una cosa de la otra: no acepta su yo más homicida y muestra una cara amable y normal al mundo. Y luego Chester Himes, con esas novelas negras en las que Harlem era casi abstracto, un territorio psicopático abstracto. ∎

Dobles morales

COLSON WHITEHEAD
“El ritmo de Harlem”
(Random House , 2023)

Harlem, finales de los años cincuenta. Raymond Carney, Ray para amigos y saludados, vende sofás a plazos de cara al público y televisores robados bajo mano. La tienda y la trastienda. Nada grave. Solo unos pocos trapicheos para mantenerse a flote y sacar adelante a su familia. Donde hay humo, sin embargo, ya se sabe que acaba habiendo fuego, y a punto está Ray de abrasarse cuando se ve implicado en un sonado atraco al hotel Theresa. “‘Puede que a veces esté arruinado, pero aún soy honrado’, se dijo a sí mismo. Hubo de reconocer, sin embargo, que quizá no lo fuera”, escribe Whitehead en el cierre del primer acto de una novela con la que explora la onda expansiva de las dobles vidas y el yin y el yang de la moral. Eso, claro, es la excusa. El hilo que asoma bajo las costuras del thriller y del que el neoyorquino va tirando para acabar componiendo un imponente y a ratos humorístico fresco de una ciudad en plena transformación.

“El ritmo de Harlem”, con su trama detectivesca de autor y todos esos personajes que creen que sus pecados mortales son en realidad faltas leves, se estructura en tres partes, cada una ligada a un año de la vida de Ray: 1959, 1961 y 1964. Años determinantes que explican cómo alguien supuestamente honrado mantiene el equilibrio entre criminales, gánsteres y mafiosos creyendo que en realidad no tiene nada que ver con ellos. La doble moral de toda la vida al servicio de un vibrante relato en el que Whitehead va encajando conflictos de clase y de raza, historias de violencias propias y heredadas, hasta llegar a los disturbios de 1964, revuelta popular con la que el barrio respondió al asesinato a tiros del joven James Powell a manos de un policía. “Harlem se había sublevado, ¿y para qué? El chico no había resucitado; el gran jurado rehabilitó al teniente Gilligan; y los chicos y las chicas de raza negra seguían cayendo ante los golpes y las balas de policías blancos racistas”, escribe, a modo de coda de un libro que, por suerte, no acaba aquí. Ojalá no tarde demasiado en llegar la segunda parte. ∎

Compartir

Contenidos relacionados

Contenido exclusivo

Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.

Inicia sesión