¿Debe el cómic que aborda acontecimientos históricos o biográficos limitarse a aspirar al verismo documental para ser considerado una forma legítima de representación? El debate sobre si el medio debe adoptar ropajes realistas para ser considerado arte está afortunadamente superado desde hace décadas, pero, aún hoy día, como apunta el historiador y crítico cultural Gerardo Vilches, el cómic de corte histórico sigue mostrando una excesiva dependencia del uso de la fotografía, ya sea como eje temático, dispositivo narrativo o fuente documental; una servidumbre que acaba por hacer embarrancar obras bienintencionadas en el terreno de la impostura.
El dibujante francés David Sala, nieto de exiliados españoles que sobrevivieron a los campos de concentración, ha cargado desde su infancia con la responsabilidad de preservar y transmitir un legado histórico y familiar doloroso, que durante años se sintió incapaz de afrontar sin caer en los peajes realistas del género. En “El peso de los héroes” (2022; Astiberri, 2025; traducción de Rubén Lardín), la obra más autobiográfica de un autor obsesionado con las esquirlas del pasado, narra tanto los horrores sufridos por sus abuelos como el proceso de maduración personal y artística por el que él mismo transita hasta que encuentra la manera de librarse del yugo y obtener una fórmula narrativa que desafíe el canon del género.
La obra se articula en dos líneas temporales: los años de hierro de una Europa en guerra y el periplo vital del autor, que abarca desde los años setenta hasta la actualidad. A la hora de plasmar en imágenes las experiencias extremas de sus abuelos, Sala renuncia explícitamente a la reconstrucción histórica objetiva o a la verificación rigurosa. Se apoya en retazos de conversaciones de adultos que captó de niño y testimonios familiares, probablemente maleados por el paso del tiempo, que no se molesta en cotejar para preservar así intacto el asombro y pavor infantil que sintió en su momento al escucharlas. Al primar la emoción pura sobre el dato, Sala reivindica en “El peso de los héroes” que la reinterpretación en clave creativa del pasado puede ofrecer una verdad más profunda que la de una simple sucesión de imágenes fotográficas congeladas en el tiempo.
Sala, que no se considera a sí mismo un gran guionista, opta por composiciones pictóricas de gran tamaño, con el referente obvio del “¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah...!” (1984-1985) de Alberto Breccia, que desafían la estructura estándar de las viñetas, mínimamente invadidas por lacónicos cuadros de texto y diálogo. En su anterior trabajo, la magnífica “El jugador de ajedrez” (2017; Astiberri, 2018), la belleza plástica de la obra limaba el horror existencial de la última obra escrita por Stefan Zweig, “Novela de ajedrez” (1942). En “El peso de los héroes”, sin embargo, todo el arsenal estilístico del autor está encaminado a potenciar un espanto filtrado por la mirada ingenua de la infancia. Así, la angustiosa huida de su abuelo materno por las tierras de España, tras haber sido delatado a las autoridades franquistas locales, se convierte en una perturbadora y onírica secuencia en la que el protagonista huye a lomos de un caballo casi flotante, cuya composición y uso de diferentes tonos de azul remite inequívocamente al arte de Chagall. “El peso de los héroes” está plagado de escenas similares que reimaginan el pasado en clave artística. Verbigracia, una impactante galería pop art de presos famélicos o el relato de la huida campo a través de su abuelo paterno tras escapar de un pelotón de fusilamiento, que está impregnada del jovial descaro tecnicolor de David Hockney.
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.