Hay elogios que matan. La frialdad, la distancia, la claridad, la crueldad, la falta de emoción y la descripción del ser humano como un insecto devorado por su propia comunidad, todo aquello que hace que la tercera novela de Joan Didion (1934-2021), “Una liturgia común”, una obra excelente para los críticos es precisamente lo que la convierte en una novela fallida. Pero hay apellidos intocables y Didion es uno de ellos.
“Una liturgia común”, novela de 1977 repescada ahora por Random House después de una primera traducción de Global Rhythm en 2005, es una clara muestra del increíble talento de la escritora de “El año del pensamiento mágico” (2005) y de cómo ese talento, lejos de su hábitat natural, la de las calles y gentes y costumbres de los Estados Unidos más idiosincráticos, queda pedante, arrogante y superficial.
La historia nos presenta a dos mujeres, Grace Strasser-Mendana, que actúa como narradora, y Charlotte Douglas, una americana irreflexiva que los azares del destino llevan a Boca Grande, un ficticio país de Centroamérica. Grace, mujer de más de 60 años, antropóloga en su juventud, y gran fuerza social y poderosa de Boca Grande como viuda de su caudillo, estudia a Charlotte como si fuese la pitufina en un mundo de hombres, en el salvaje mundo de las selvas tropicales y los guerrilleros sin escrúpulos. Y así trascurre la narración, como un entomólogo describiéndonos cómo una comuna de hormigas devoran a un grillo herido hasta no dejar nada de él.
Didion habla por la voz de Grace y lo hace desde una fría perplejidad, intentando comprender a esta Charlotte desde la distancia, pero fracasando y haciendo que el lector también fracase en entenderla. ¿Quién es Charlotte? ¿Una mujer? Sí. ¿Una mujer americana? Sí. ¿Una mujer americana lejos de su hábitat? También. ¿Una mujer americana lejos de su hábitat llena de heridas, fracasos y arrepentimientos? Por supuesto. Como todas. Pero está claro que Didion prefiere estudiar a las mujeres americanas en su hábitat, porque su desarrollo del personaje de Charlotte es difuso. Didion no la entiende, Grace no la entiende y el lector acaba por no entenderla tampoco.
Imaginaos una novela de Mario Vargas Llosa y sus dictadores tremendos, pero ahora desplazad el objetivo de este contexto a la americana que pasa por ahí y está deprimida. Eso es la novela. Grace, como antropóloga, asegura que las ciencias sociales son incapaces de describir correctamente a los seres humanos solo por su observación, y este es el drama del libro, que tiene razón. Solo observamos lo que hace Charlotte, pero no entendemos nada. Quizá no hay nada que entender y ese es el drama.
Según Joyce Carol Oates, Joan Didion es “un testigo elocuente de las realidades más insoportables y problemáticas de nuestro tiempo”, y tiene razón, pero no aquí. Aquí encontramos solo cinismo, elitismo, desprecio y superioridad del colonizador en estas dos mujeres que son un trasunto de Didion, la que mira a su alrededor, la que actúa bajo esa observación, y la que es incapaz de comprender y encontrar el lazo real entre las dos.
No hay duda de que esa Charlotte es un personaje en potencia memorable, y querrías saber mucho más, observarla más, seguirla por todo el mundo. Didion crea un personaje shakespeariano, pero lo arranca de las obras de Shakespeare y queda esa sensación de querer más, de investigar más en quién es en realidad esta Charlotte. La mirada americana aquí lo desenfoca todo.
Pero está claro que la autora de “Los que sueñan el sueño dorado” (2012) no cree en poder descifrar el misterio del ser humano y se rinde, da rodeos, no investiga realmente, y es una pena. Porque la novela es buena, pero se queda a medias por no arriesgarse a equivocarse, a ser injusta con los seres humanos, con las mujeres, con la idea misma de un personaje como una indagación violenta contra una misma. “El año del pensamiento mágico” es una indagación violenta contra una misma y consigue así capturar a la perfección los estragos de la pérdida. Aquí no fue tan valiente. Aquí no lo había perdido todo. Aquí tenía miedo. Una pena. ∎
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