“Las palabras son carreteras. Con ellas conectamos los puntos entre el presente y el pasado al que ya no podemos acceder”. Con esta metáfora, el escritor brasileño José Henrique Bortoluci (Jaú, 1984) resume la propuesta de su debut literario. En “Lo que es mío” (“O que é meu”, 2023; Random House, 2024; traducción de Antonio Sáez Delgado), ensayo biográfico y afectuoso, queda claro cómo la sensibilidad extrema quizá fue la responsable de captar la atención de tantas editoriales. Antes de que se hiciera su lanzamiento en portugués, los derechos de publicación fueron adquiridos en diez países diferentes.
Comparado con la escritora francesa Annie Ernaux –ganadora del Nobel de Literatura, quien además le envió una carta elogiosa–, el autor construye una narrativa que invita al lector a hacer una serie de travesías. Su historia personal se cuenta a través de recuerdos, divagaciones e ideas que, de manera intensamente poética, abarcan dos generaciones distintas. Bortoluci habla de sí mismo y de los estudios que lo sacaron de la pobreza. Al mismo tiempo, se dedica a rescatar las historias de su padre, Didi, un hombre común que, a través de su trabajo como camionero, exploró los rincones de un Brasil en formación.
El país latinoamericano se veía impulsado en ese momento por una controvertida idea de modernidad promovida por la dictadura militar (1964-1988). Así, el escritor, quien además es profesor y doctor en sociología por la Universidad de Michigan (EE.UU.), observa en la actualidad “un mundo que parecía demasiado grande” cuando lo miraba desde su infancia. Fijado en los detalles de los relatos de su padre, tanto en los que escuchaba cuando era solo un niño como en los que descubrió en sus últimos años, el autor se adentra en espacios que hoy están llenos de muertos y ruinas: carreteras engullidas por la vegetación, burdeles remplazados por iglesias evangélicas y ríos contaminados por desechos.
Son múltiples los escenarios que confirman la idea de que una nación se construye con gente común, en la intersección entre ausencia y presencia. Lo que le contaba y que hoy se recuerda se percibe como un regalo para el niño de antes y, además, para la infancia que persiste en nosotros. Es también a través de estas charlas cuando vislumbramos el cuerpo del padre en transformación. Hay en la obra momentos de pura fantasía y de dura realidad. Durante la escritura del libro, Didi fue diagnosticado de cáncer, una situación que llevó a Bortoluci a hacer profundas reflexiones sobre la finitud y la memoria, apoyándose en las ideas de autores canónicos como Walter Benjamin, Jean-Claude Bernardet y Audre Lorde.
Los encuentros y desencuentros entre la vida académica y la sencillez permiten a la escritura abrir un nuevo terreno de dulzura. A partir de ahí, los diálogos adquieren nuevas capas de profundidad. Descubrimos a un padre irónico que, incluso en un contexto marcado por “escenas de terror descritas con profesionalismo” y la nostalgia de volver a ver la carretera, muestra un inigualable buen humor. En esta intensa travesía compartida por padre e hijo en diferentes tiempos y contextos sociológicos, descubrimos que el mayor tesoro está en las palabras. Al narrar, Bortoluci confirma que “esta ha sido” y sigue siendo la vida: una gran jornada capaz de llevarnos y traernos hacia aquello que más importa. ∎
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