Cómic

Raymond Briggs

Cuando el viento soplaBlackie Books, 2024

13. 02. 2024

La mayoría de estudiosos coinciden en afirmar la importancia del año 1986 como hito en la trayectoria del cómic adulto, debido a que coincidieron en las librerías estadounidenses tres obras fundamentales: “Maus I. Mi padre sangra historia” (la primera parte de la historia de Art Spiegelman sobre la experiencia de su padre en Auschwitz), “El retorno del Señor de la Noche” (de Frank Miller, Lynn Varley y Klaus Janson, una iteración de Batman en una clave más madura) y “Watchmen” (de Alan Moore, Dave Gibbons y John Higgins, una deconstrucción posmoderna del género de los superhéroes). Los motivos de que otro cómic adulto, publicado cuatro años antes, no suela mencionarse cuando se ensaya una genealogía de la novela gráfica tal vez debamos buscarlos en el carácter periférico del cómic británico en general y del inglés Raymond Briggs (1934-2022) en particular, un ilustrador ajeno al mercado de los tebeos de quiosco, que había alcanzado el éxito haciendo cómics en el campo del cuento infantil con superventas como “Papá Noel” (1973) o “El muñeco de nieve” (1978). El libro en cuestión es “Cuando el viento sopla” (1982; Blackie Books, 2024), un relato de evidente mensaje antimilitarista protagonizado por una ingenua pareja de ancianos, los Bloggs, que hace frente a un ataque nuclear con la única ayuda de un puñado de inservibles folletos del gobierno británico.

La amenaza nuclear había estado muy presente en la cultura popular durante toda la Guerra Fría, y los cómics no habían sido una excepción: basta echar un vistazo a las series de ciencia ficción publicadas por la estadounidense EC Comics en los años cincuenta para descubrir muchos relatos del fin del mundo. El miedo a la “destrucción mutua asegurada” si se iniciaba un conflicto directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue constante, pero a comienzos de los años ochenta se experimentó un recrudecimiento de las tensiones entre ambos bloques que volvió a llevar el pánico nuclear al primer plano. Por supuesto, la conciencia pacifista desarrollada a finales de los sesenta y la filosofía hippie habían calado en una parte de la sociedad que se oponía frontalmente a la política armamentística de las dos potencias y exigía el desarme; recordemos que Greenpeace se había fundado en 1971. Briggs participaba de esa conciencia y se había unido a la Campaña por el Desarme Nuclear de su país, pero la preocupación por la posibilidad de una guerra nuclear a gran escala, muy real en el contexto de la invasión soviética de Afganistán (1979) y la agresividad del gobierno de Ronald Reagan en Estados Unidos, lo impulsaron a dedicar un libro a la cuestión, que mostrara las consecuencias reales que tendría.

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Raymond Briggs apenas tenía referentes de los que partir para esa empresa; no es solo que se hubieran publicado previamente muy pocos cómics sobre el tema, sino que es dudoso que los conociera. Hablamos de un autor de libros infantiles de casi cincuenta años entonces, cuyas lecturas de tebeos se limitaban a aquellos que pudo leer en su infancia y a las viejas tiras de prensa británicas, y que se movía al margen del ya agonizante underground británico o el incipiente cómic adulto del momento. Pero es muy posible que esa falta de contacto con el cómic jugara a su favor cuando decidió comenzar a publicar libros autoconclusivos para adultos, mucho antes de que el término de “novela gráfica” se popularizara, aunque Will Eisner ya había publicado su “Contrato con Dios” (1978). Sin manual de instrucciones, sin ideas preconcebidas acerca de cómo hacer las cosas, Briggs ya había entregado una obra notable, “Gentleman Jim” (1980), también protagonizada por los Bloggs. Pero el alcance que iba a tener “Cuando el viento sopla” fue mucho mayor.

Como otros pioneros del cómic adulto, Briggs sintió la necesidad de basarse en la realidad para dotar a su obra de una mayor carga dramática; no solo se documentó acerca de cómo sería un ataque nuclear y los efectos que provocaría en los seres humanos el envenenamiento radiactivo, sino que la entrañable pareja protagonista está fuertemente basada en sus propios padres; de hecho, el hijo ausente con el que hablan por teléfono antes del impacto de la bomba es un trasunto del propio autor. Así, por un lado, el relato tiene un poso de realidad que lo aleja de intenciones alegóricas o en clave de fábula: el asunto se trata “directamente”, sin recurrir a la sublimación de los géneros narrativos de la cultura pop. Por otro, la humanidad que desprenden James y Hilda Bloggs resulta clave para alcanzar a los lectores y provocar un efecto que por momentos resulta devastador. El matrimonio resulta tierno e ingenuo, una pareja sencilla y sin estudios que vive apaciblemente en el campo tras una vida de penalidades y sacrificios. Su actitud naíf resulta clave, porque es lo que permite a Briggs poner en juego un recurso narrativo muy eficaz: el lector se va dando cuenta de todo lo que pasa mucho antes que ellos, de manera que anticipa el horror de la inevitable conclusión. La falta de consciencia de la pareja acerca de ello solo hace todo mucho más duro. La dinámica entre el impenitente optimista James y la pragmática gruñona Hilda, vehiculada en los inteligentes diálogos que escribe Briggs, humaniza más aún el relato y representa dos actitudes temerarias: la confianza ciega en el gobierno, por un lado, y el negacionismo obstinado, por otro.

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Lo más terrible es la falta de herramientas ante el horror: nadie puede estar preparado para la destrucción nuclear, pero menos que nadie este matrimonio que no entiende las instrucciones de su gobierno –absolutamente inútiles, por otro lado– y que rememora la Segunda Guerra Mundial con una mezcla de idealización de la memoria de su juventud –Hilda recuerda lo bien que se lo pasaba durante los bombardeos de Londres– y simplificación casi infantil de las causas y el desarrollo del conflicto. A los Bloggs les ha pasado la historia por encima, y el fin del mundo se decide a tan altos niveles que ni siquiera pueden verlos; pero esos “poderes fácticos” a los que alude James, que Briggs representa en varias páginas dobles de colores oscuros, donde vemos diversas máquinas de guerra amenazantes, tienen un impacto en todas y cada una de las vidas humanas. El gran logro del autor y el secreto del éxito de “Cuando el viento sopla” están precisamente en mostrar la dimensión cotidiana de la destrucción: es muy significativo que el popular icono del “hongo atómico” solo aparezca en la ilustración de cubierta, al fondo, con el matrimonio Bloggs en primer plano. En las páginas interiores el relato siempre se mantiene apegado a su experiencia y no vemos el impacto de la bomba, sino sus consecuencias.

Es solo una muestra de la inteligencia que evidencia Briggs en un libro formalmente impecable, en el que no pesa nunca su falta de experiencia dibujando o leyendo cómics. Basta ver, a modo de ejemplo, cómo representa de forma abstracta la caída de la bomba y transmite la violencia de su impacto mediante la repetición de la misma viñeta de marco distorsionado que va recuperando, poco a poco, su forma regular. O el magistral uso del color –colores manuales, reproducidos de modo directo– mediante el cual va mostrando el declive físico de los protagonistas de una forma sutil.

“Cuando el viento sopla” fue adaptada al teatro, a la dramatización radiofónica y a la interesante película de animación dirigida en 1986 por Jimmy Murakami, con una banda sonora que incluía temas de David Bowie, Roger Waters y Genesis. En España, la obra original se encontraba descatalogada desde la edición que hizo Debate en 1983. La excelente edición de Blackie Books recupera la traducción que en su día hizo Rosa Montero –quizá habría sido un buen momento para revisarla– e incluye un prólogo de Paco Roca y una entrevista de Paul Gravett con el propio autor. Su recuperación no solo repara una inexplicable carencia de nuestro mercado, sino que permitirá a nuevas generaciones conocer una obra de valores universales. Con el fin de la Guerra Fría, el miedo a un invierno radiactivo parece haberse difuminado (al menos hasta la reciente guerra de Ucrania). Los conflictos bélicos son locales y parecen suceder muy lejos de nosotros (de Occidente), de forma que podemos engañarnos pensando que el horror nunca llegará a la puerta de nuestra casa: por ello, más que nunca, hay que recurrir al humanismo y el compromiso de obras como “Cuando el viento sopla”. ∎

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