Miguel Brieva (Sevilla, 1974) es un viejo conocido de Rockdelux, donde ha publicado ilustraciones desde hace dos décadas. Su trayectoria ascendente despegó desde la autoedición y el fanzine “Dinero” (Doble Dosis-Clismón, 2001-2005), viñetas satíricas en las que, en la tradición situacionista, tergiversaba imágenes inspiradas en el lenguaje comercial de posguerra. Ha colaborado además en medios como ‘El Jueves’, ’El País’, ’La Vanguardia’, ‘Rolling Stone’, ‘Cinemanía’, ‘El Salto’, ‘Mondo Brutto’, ‘TOS’, ‘RECTO’, ‘Nosotros somos los muertos’ o ‘Lardín’.
Entre sus libros, a menudo en formatos no convencionales o seudoenciclopédicos, destacan “La vida. La muerte” (Clismón, 2004, bajo el seudónimo de Marcz Doplacié), “Bienvenido al mundo” (Reservoir Books, 2007), “El otro mundo” (Reservoir Books, 2009), “Memorias de la Tierra” (Reservoir Books, 2012), la novela gráfica “Lo que me está pasando” (Reservoir Books, 2015) o “La gran aventura humana” (Reservoir Books, 2017). Brieva, polifacético, es además miembro del consejo editorial de Libros en Acción, la editorial de Ecologistas en Acción, y del grupo musical Las Buenas Noches. Sus últimos libros son “SE BUSCA un futuro posible en el que desear vivir” (Astiberri, 2023) y la nueva edición de “Dinero” (Astiberri, 2024), que recopila sus cinco números originales.
La conversación, a través de videoconferencia, comienza sobre la ciudad donde reside desde hace 20 años, Madrid. “Para vivir, la verdad, es que a mí tampoco me gusta. Ha cambiado mucho en estas dos décadas”. Comentamos los procesos de gentrificación antes de entrar en materia.
¿Por qué “Tonadas”, álbum de Simón Díaz publicado en 1972?
Hay una parte emocional que me une a su música. La conocí de niño, por mi padre, que era muy melómano y nos ponía músicas de todo el mundo. Simón Díaz es como un cruce entre Camarón de la Isla y Julio Iglesias en instancias venezolanas. Es un cantor popular que viene del Llano, una tradición especializada de Venezuela, pero al mismo tiempo es una estrella popular. De hecho se toca con Julio Iglesias, cuyo “Bamboleo” es una versión de “Caballo viejo”, la canción más famosa de Simón Díaz. Me gusta mucho esa cosa transversal que tiene, capaz de unir el mainstream y el acervo popular venezolano.
Te sientes identificado con su propuesta artística.
Soy amante de todo el folclore tradicional sudamericano. En general de cualquier folclore, pero por el sudamericano tengo debilidad porque compartes la lengua. Y en concreto por la música llanera, el joropo llanero, superrápida y rítmica; y por otro lado la tonada, que sería como la balada llanera, que ha dado algunas de las canciones más bonitas que conozco.
¿Como cuál?
“Tonada de luna llena”, de Simón Díaz, de la cual tiene una versión Caetano Veloso, otra maravilla. De Díaz me encanta que sea capaz de hacer canciones caricaturescas, incluso grotescas, y luego baladas tan bonitas como esa.
¿Hay algo que no te convencía de la portada original?
Es un poco sosa, como eran entonces, de discográficas que tampoco ponían el peso en eso. No es fría porque tiene una ilustración, un retrato de Simon Díaz jovencito, y eso me gusta. Lo he elegido porque, de todos sus discos, “Tonadas” me parece una preciosidad, y el que más remite a ese paisaje de los llanos venezolanos. La imagen que yo propongo, que tampoco es que sea la hostia, transmite ese ecosistema del Llano y la vida de vaquero que dio luz a este tipo de música, que viaja con un cuatro colgado, un instrumento que pesa poco... Representa a un habitante de esa cultura.
Tú mismo tocas el cuatro en Las Buenas Noches.
Sí (enseña uno que tiene en casa). No lo toco con la técnica específica tradicional, pero sí, porque toco la guitarra. Suena muy bonito.
Empezaste autoeditando tus publicaciones, con “Dinero” y otras.
“Dinero” fue un cambio en mi vida, me llevó a dedicarme al dibujo profesionalmente. Había sacado cosas antes, me gustaba mucho la autoedición y cuidar cada libro como una cosa única... Cuando nos profesionalizamos, tendemos a especializarnos sin querer. Pero en aquella época era todo más de probar cosas, dentro del ecosistema de fanzines. Lo de “Dinero” salió por casualidad, un amigo vio mis cuadernos y me animó a publicarlos. Hace poco hemos sacado la nueva edición.
Un recurso habitual en “Dinero” era apropiarte de una estética publicitaria de las décadas optimistas de la posguerra del siglo XX para hablar de temas de nuestro tiempo. Se convirtió en un rasgo de estilo tuyo.
Es verdad, aunque después no he seguido esa línea porque ha cambiado la intención y el estilo gráfico. Pero entonces fue como encontrar un camino. Con un amigo recogíamos en el Rastro revistas y enciclopedias antiguas, y jugando con ese material le di un giro para traer esa estética a nuestro tiempo. Veía que se daba una ruptura conceptual y visual potente. Tiré de ese hilo y durante un tiempo fue mi estilo reconocido. Con los años he buscado otros referentes.
Conecta un poco con la idea del “futuro cancelado”. El pasado del siglo XX, con sus promesas de progreso no realizadas, cuyas “ausencias” revisitamos una y otra vez.
El concepto de futuro viene de la modernidad y de la idea de progreso. ¿Qué sucede cuándo vivimos en un mundo fundamentado en esa mitología del progreso pero que al mismo tiempo ha negado el futuro? Porque ya sabemos que los procesos que hemos puesto en marcha en este llamado progreso imposibilitan el futuro. Nos quedamos en un limbo porque, ya me dirás, un progreso sin futuro, ¿qué coño es? Es un coche acelerando al borde del precipicio, no hay recorrido. Y así nos encontramos en esta situación cultural atrofiada actual. Que viene de eso a un nivel profundo, y de unas dinámicas empresariales que sacralizan la multiplicación del valor. Por eso la industria cultural es un gigantesco vaciado de contenido, las empresas tecnológicas vacían nuestras capacidades humanas, etc. En esta vía muerta, la gente mira hacia atrás. Yo sigo mucho el tema de la música, y ahora la industria está comprando derechos de la música de décadas previas, pero no la nueva. La industria ya no invierte en generar escenas musicales ni arriesgar por nuevos sonidos, son simples saqueadores. Y esto genera una sensación de orfandad.
Formas parte de un grupo de folk-pop, Las Buenas Noches, con tres discos, donde tocas guitarras.
Ha sido la experiencia musical más bonita de mi vida, así te lo digo. No he tenido muchos grupos, pero en este se alinearon los astros porque nos juntamos amigos de Sevilla con afinidades complementarias. No sé ya la calidad de nuestra música, pero como experiencia subjetiva, muy bonita. Empezamos en 2008, pero se ha quedado un poco a medias porque se hizo incompatible con nuestras vidas familiares cuando empezamos a tener hijos. Es algo ampliable a un montón de bandas, que te lo estés trabajando un montón, te autoedites y de repente ver una repercusión tan escasa… Mucha música que hacemos grupos amateur es de un nivel alto, a veces por encima de profesionales. Y esto se podría aplicar a otros campos artísticos.
En tu libro “SE BUSCA un futuro posible en el que desear vivir” se aprecia ese cambio estético que comentabas. Sin abandonar cierta crítica satírica de la realidad existente, hay una intención de proponer alternativas.
Así es, y también en el proyecto Ecotopías con Greenpeace, en el que sigo. Esto viene ya de hace años, cuando empecé a trabajar con Ecologistas en Acción y fui tomando conciencia de que necesitábamos otra cosa. A mí el humor, la sátira, me ha gustado mucho como medio de pensamiento colectivo. Pero en el momento en que veo que la sátira es redundante porque la realidad se ha vuelto tan grotesca y delirante, ya no hay que señalarlo, porque es evidente. El problema ahora es la insensibilización de la peña ante esa realidad grotesca. Y pasa que ese al que vas a votar está como una puta regadera. “Sí, sí, pero lo voy a votar”. Haber llegado a ese nivel de nihilismo… Frente a eso, lo que nos queda es buscar otros resortes.
En los 2000 todavía perduraba la ilusión optimista del capitalismo sobre el “fin de la historia”, antes de la crisis del 2008 y la pandemia de 2020. La conciencia actual es diferente. El cambio climático y el posible fin del mundo ha calado también entre jóvenes.
Sí. Hemos pasado de “aquí no pasa nada” a “no hay nada que hacer”. Cuando empecé “Dinero”, criticabas el capitalismo y la gente te decía “de qué me hablas, si estamos de puta madre”, en plena burbuja inmobiliaria, etc. Ahora nos vemos como apaleados, entre la crisis mundial, la pandemia, la alucinación digital en la que vivimos… Hemos pasado del nihilismo cínico de principios de siglo en mi generación a una especie de nihilismo derrotista de “no hay nada que hacer”, con esa ansiedad y depresión de los chavalitos de ahora. Fíjate que entre medias hubo un intento de menear un poco las cosas, el 15-M, que ha tenido sus pequeños frutos.
En tu etapa más reciente veo una búsqueda implícita de formas de vida del pasado que nos puedan servir para imaginar el futuro. No sé si tu portada para “Tonadas” tiene que ver con eso.
La búsqueda en las culturas populares y el folclore es, como decía Robert Crumb, volver a buscar el candor humano de lo que ha sido el homo sapiens a lo largo de la historia. Me produce cierto alivio y esperanza entender lo que somos, de dónde venimos, qué tipo de giros desafortunados hemos ido tomando a lo largo de la historia y cómo se podrían subsanar. Creo que entender el pasado nos ayuda a ver qué cosas poner en valor, comprender que la clave de la prosperidad ha sido siempre la colaboración social, la empatía. Pero claro, ahora vivimos en un relato que nos dice lo contrario. Por eso quizá entendiendo ese pasado seamos capaces de recuperar la posibilidad de que haya un futuro.
¿En qué proyectos andas ahora?
El de Ecologistas en Acción es uno fundamental. Personalmente, además, llevo tiempo dibujando historias en esa onda ecotópica. Lo que pasa es que tengo que compaginarlo con encargos, porque es de lo que vivo. Todos sabemos que vivir del cómic en este país es complicado.
Has hecho ilustraciones para portadas de discos. Como la de “Violética”, de Nacho Vegas.
Con Nacho he hecho varios discos, pero ese fue el más lujoso, un estuche con tres vinilos. Solo tengo recuerdos buenos de la experiencia. Nacho me parece muy buen narrador de historias, además me gusta mucho su música. Nunca hace nada sin algo que valga la pena, luego ya te puede gustar más o menos. En “Violética” (2018) fue muy generoso y respetuoso con mis ideas, lo que agradezco. Solo me dijo: “Tengo muchas canciones, será un disco doble o triple, inspirado por la figura de Violeta Parra”, que a mí también me encanta, es la Bob Dylan de Chile, pero destacando también su “violencia”. De ahí ese juego entre violencia y poética, por esa garra que tenía.
Dime tres obras maestras del cómic que creas perdurables.
“Little Nemo” (1905-1927), de Winsor McCay. “El Incal” (1980-1988), de Moebius y Jodorowsky. Y luego algo de Robert Crumb. No sé si su “Mister Natural” (1967-2002) o su libro “Kafka” (1993), con David Zane Mairowitz.
Y tres obras imperecederas de la música.
Esto siempre es algo arbitrario, pero te diría la “Pasión según San Mateo” (1727), de Bach, obra cumbre; un tema de Paco de Lucía que me flipa, “Zyryab” (1990); y luego el disco “Armenian Fantasies” (2000), de Djivan Gasparyan & Ensemble, música tradicional armenia a un nivel de belleza que se te caen las orejas. ∎