Aunque su filmografía está formada por plácidas divagaciones sobre la vida y el costumbrismo, el cine de Mia Hansen-Løve puede llegar a sentirse complejo por su contacto, también, con elevados pensamientos y citas referenciales a autores, cineastas o pensadores contemporáneos. La directora francesa mantiene una relación muy estrecha con el mundo cultural y académico, pensado como un legado. Así, recoge de la sabiduría proyectada en libros –en el caso de esta preciosa “Una bonita mañana” (2022; hoy se estrena en España)– o en películas como “La isla de Bergman” (2021) la esencia humana que permanece cuando ya nos hemos ido. La vida cotidiana y las reflexiones más eruditas forman parte de un mismo transitar en el tiempo, de forma natural, en el modo de vida acomodado de sus protagonistas.

Para Hansen-Løve, los momentos más comunes de la vida, como comerse un helado en el parque, conviven con las reflexiones de Karl Ove Knausgård sin sonar pretenciosas ni fuera de tono. Sus personajes femeninos viven una realidad que parece tocar directamente con la suya. De padres filósofos, las películas de la realizadora resultan personalísimas porque parten de vivencias y reflexiones que podrían ser reflejos de su propia vida. Sin embargo, detrás de cada una de sus secuencias hay un acertado encuentro con la verdad del comportamiento humano en relación con los demás que hace de sus historias algo universal y extrañamente cercano. 

En esta vertiente de extractos casi autobiográficos, la directora llega a construir una crítica hacia el sistema sanitario y geriátrico francés, mientras consigue concretar una idea principal que sobresale a través de “Una bonita mañana”: la incoherencia ocasional de la llegada de una persona importante a la vida al mismo tiempo que se despide otra. Hansen-Løve rememora así el duro adiós a su padre a través de Sandra (Léa Seydoux), traductora y madre soltera con una hija de ocho años. La lingüista vuelve a encontrarse con Clément (Melvil Poupaud), con quien mantiene una relación extramarital justo en el momento en que debe ingresar a su padre en una residencia de ancianos por su enfermedad degenerativa.

Los personajes femeninos de Hansen-Løve parecen guiarse por la misma intuición que define el trabajo de la directora en su puesta en escena cotidiana, casi siempre enamorada tanto de las ciudades como de los parajes naturales, y que evoca el naturalismo de Éric Rohmer o los colores primarios de Jacques Demy. El mundo plástico de Hansen-Løve no es en absoluto ordenado. De hecho, se parece más bien a esas estanterías rizomáticas del padre de Sandra, que ella intenta ordenar por tonos o géneros. Directora y protagonista buscan la armonía en la imperfección, y de ella se desprende un luminoso placer visual.

Como ya se definiesen otras protagonistas en el cine de la directora, la interpretada con cariño por Seydoux es afectuosa, pero también deseosa y demandante, no rinde cuentas a nadie ni esconde su pulsión sexual o el lugar que ocupa el sexo en su vida, a la par que sus sentimientos. Seydoux es una antena por la que fluyen emociones, también desordenadas, como la alegría, la impotencia, la placidez y, en última instancia, la esperanza. La película se contagia de la vitalidad de su protagonista con cada despliegue de la trama, pero es en sus estaciones más tristes –la vemos llorar apoyada contra la ventana de un autobús– cuando más sorprende su capacidad de transmitir el dolor por la pérdida y el miedo a quedarse sola.

“Una bonita mañana” es un estudio observacional de las geografías y erosiones del alma. No resulta tan académica como “El porvenir” (2016), pero sí es intrínseca a las motivaciones intelectuales de su directora. Con su última obra, que pasó por la Quincena de los Realizadores del pasado Festival de Cannes y por el de San Sebastián, Hansen-Løve admite no tener soluciones para soportar el peso de la vida, pero aboga por un mensaje tranquilizador por el que dejarse llevar, como en el bonito paseo por Montmartre un domingo soleado. ∎