“El futuro está cancelado”, canta Álvaro García en “Líneas de sombra”, el tema que abre el cuarto álbum de Biznaga y que ya nos sitúa en el relato que va a recorrer todos sus surcos. Aquel “No future” del punk se transmuta y se adapta al lenguaje de los tiempos que vivimos, pero, en el tema final, “Una historia de fantasmas”, los rastros nos llevan a la hauntología de Mark Fisher para concluir con la frase “Crees que has acabado con el pasado / y el pasado no ha acabado contigo aún”. El letrista (y bajista), Jorge Navarro, juega constantemente con esa confusión entre los vestigios del ayer, el mañana que no llegó y los desertores del presente. El engaño del 92, el 15-M, la COVID-19 y la actual sensación de desamparo ante la crisis económica y social y el apabullante ascenso de la extrema derecha como un todo confuso en el que cada parte confiere sentido a las demás. Con el cuento de los hermanos Grimm “Los músicos de Bremen” como hábil metáfora del viaje sin destino, añaden el subtítulo “Música para otra generación perdida” para cuestionar el cliché de las rupturas entre grupos de edad: los problemas son los mismos, siempre lo fueron. Son más cosas las que nos unen que las que nos separan.
Esto es importante porque, en la visión crítica que la banda madrileña siempre ha mostrado sobre el mundo que nos rodea, subyacía un halo nihilista que, en su anterior álbum, “Gran Pantalla” (2020), devino en desesperación claustrofóbica. Ellos mismos reconocían su frustración ante el hecho de no mostrarse un poco más románticos e idealistas, y esto es lo que sucede ahora en canciones tan movilizadoras, himnos de rock afilado para corear con el puño en alto, como “Madrid nos pertenece”: la antítesis de aquello de “una ciudad cualquiera para morir”, que cantaban en “Sentido del espectáculo” (2017).
Aunque la voz de García suena más cuchillera que nunca, la producción gana lustre y sacrifica aquel raca-raca punkarra de antes en busca de un pop combativo y épico, eléctrico, luminoso y vibrante, con los R.E.M. de los 80 como referente buscado. También The Cure está por ahí, sobre todo en “La escuela nocturna” (con sintetizador incluido), y se vislumbra el fantasma de los primeros Manic Street Preachers en muchos temas. Esa persecución de las fuentes en el final del siglo pasado tiene sentido para afianzar su línea discursiva en la mirada retrospectiva. Momento genial es la inesperadamente autorreferencial “Cómo escribimos ‘Adalides de la nada’”: un juego planteado como respuesta a “How I Wrote Elastic Man” de The Fall (1980) para reflexionar sobre lo que ha cambiado para ellos en estos diez años. Otro momento a destacar es “Domingo especialmente triste”, una inspirada y empática mirada hacia la juventud actual, engrandecida por los coros de Isa Cea (Triángulo de Amor Bizarro). Reunión en la cumbre: ahí están representadas las dos mejores bandas de rock nacional del momento. ∎
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