Desde finales de 1985 viene hablándose de Los Negativos como de una de las esperanzas más firmes del pop español. Rockdelux también; más que nadie: su intervención en dos de sus fiestas de celebración y la edición de un disco-flex (hoy cotizadísimo) con uno de sus temas (“Moscas y arañas”) por vez primera no ha hecho sino agrandar su nombre entre la clientela al uso. Ahora, su “Piknik caleidoscópico” habla por ellos.
A través de un cuidado concepto diseñado por ellos mismos, que incluye carpeta, encarte y contraportada (da la sensación de que han hecho lo que han querido y que por eso se inclinaron por Victoria; tenían otras propuestas donde elegir), han plasmado, en toda la extensión de la palabra, un egocéntrico autohomenaje a su fijación estética, siempre empapado de guiños muy particulares. Siguiendo las claves de unas canciones simpáticamente jeroglificadas, da la impresión de que entre ellos, a micrófono cerrado, juegan a ser unos Beatles cualesquiera, divertidos y desenfadados, viviendo en la barcelonesa calle Tuset en plenos años 60, pero suspirando con un Londres volcado a sus pies en el sentido literal del término: su presencia no pasaría inadvertida a momificados policías mientras ellos se prestarían gozosos a correr por parques verdes bajo los efectos de una ración de LSD, alocadas chicas en minifalda saldrían en su persecución haciendo valer para ello autobuses de dos pisos o mastodónticos taxis negros, ojearían despreocupados ‘The Times’ sin leerlo, se fotografiarían telefoneando en cabinas rojas y beberían Pilé 43 con moderación en clubes psicodélicos perdidos en el subterráneo de la ciudad... Se supone, se espera, se desea que no sea concebido todo eso como lo máximo a lo que puede aspirarse en una vida adolescente de película realizada en burbujeantes condiciones técnicas (a esas de color apagado me refiero).
Leerse “Alicia en el país de las maravillas” y oír “Piknik caleidoscópico” es, salvando las distancias, (casi) la misma cosa. Agradables e inofensivas fantasías lisérgicas que oxigenan el cerebro y emboban los músculos risorios. Y no hablo de la línea melódica, clavicordio, evocadores coros, guitarras trabajadísimas, voces (mejor la de Carlos Estrada), ajustados estribillos que dan rigor a los temas y mil obligadas referencias más. Son catorce temas y a mí quizá me sobra alguno. Pero es, de todas formas, la mejor obra de debut de un grupo nacional en este 1986 que ya se nos va. Con holgura, además. ∎
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