Dicen, o decían, que la revolución empieza de puertas para adentro, en casa, por uno mismo. Y una de las pruebas más claras es la gestación y el resultado final de
“What’s Going On”, un álbum que puso patas arriba la carrera –y la vida– de Marvin Pentz Gay (1939-1984), uno de los más sólidos pilares de Berry Gordy Jr. en el Imperio Motown durante la década dorada de los sesenta. A partir de este disco, verdadera travesía del desierto para su autor, ya nada volvería a ser lo mismo para él, ni a nivel personal ni artístico. Pocas veces un álbum ha dividido tan tajantemente –y conscientemente– el antes y el después en la vida profesional de un artista de éxito. “What’s Going On” fue una huida hacia adelante, una fuga de libertad que abrió mentes, oídos y corazones, y cuyos ecos todavía alborotan, con mayor o menor fortuna, la obra de infinidad de creadores.
Producto de una infancia no especialmente feliz –su padre, ministro de una iglesia cristiana bastante excéntrica, lo educó con mano dura; los enfrentamientos entre ambos serían continuos desde la adolescencia–,
Marvin Gaye llegó a Motown en 1961 después de haberse fogueado en diversos grupos de doo-wop (The Rainbows, The Marquees) y tras su encuentro crucial con Harvey Fuqua, que lo integró en los exitosos The Moonglows y sirvió de conexión directa con Gordy: una de las hermanas del jefe de Motown estaba casada con Fuqua y otra, Anna, contrajo matrimonio con Gaye en 1961.
Las ambiciones de Marvin por convertirse en un nuevo Nat King Cole o Frank Sinatra no se cumplieron, pero, con su voz luminosa y su porte seductor, sí logró ser uno de los estandartes del “sonido de la joven América” al integrarse perfectamente en el engranaje de la fabulosa cadena de montaje musical del ambicioso Gordy. Sus cumbres de
soulman romántico se hallan en las chispeantes colecciones de duetos con Mary Wells, Kim Weston y, especialmente, Tammi Terrell, su partenaire preferida.
Pero a finales de los sesenta hay serias grietas en el lustroso edificio de éxitos de Marvin Gaye. Su perpetua insatisfacción personal (esa
“alma dividida”, en palabras de su biógrafo David Ritz, siempre escindida entre lo sagrado y lo profano, entre el tormento y la gloria), el clima social de la época –Vietnam, hippies, Panteras Negras, derechos civiles y otras convulsiones que parecía que iban a cambiar para siempre el rumbo del Imperio–, la muerte de Terrell y sus propias ambiciones artísticas lo ponen en un callejón sin salida.