En el decepcionante “First Two Pages Of Frankenstein” (2023), The National se acababan pareciendo peligrosamente al grupo que muchos de sus detractores venían describiendo desde hace tiempo: uno algo anémico, demasiado orgullosamente melancólico, cuyas canciones venían a ser todas una y la misma. En 2019, habían escapado del punto muerto añadiendo perspectivas y voces femeninas a un proyecto musical y literario con tendencia al solipsismo masculino. El resultado fue el algo infravalorado “I Am Easy To Find”, último gran disco de The National hasta nuevo aviso.
Porque el nuevo álbum, “Laugh Track”, solo es una sorpresa en el sentido en que apareció sin notificación previa, solo cinco meses después del anterior. La portada (reelaboración de la de “Frankenstein”) ya anuncia un disco “de acompañamiento” con canciones compuestas alrededor de las mismas fechas. Lo que encontramos dentro no es necesariamente peor que lo contenido en el disco previo (no se tiene la sensación de estar escuchando claros descartes), pero, vaya, tampoco mejor, aunque el grupo lo grabara esencialmente después de haber empezado a girar con “Frankenstein” y pudiera haberse traído algo de la energía de sus directos al estudio.
La inicial “Alphabet City” ya indica dónde nos volvemos a encontrar: en un espacio apesadumbrado, nocturno y solitario, sin excesivo margen para la melodía de impacto o alguna clase de tensión, aunque Bryan Devendorf recupere la batería real en este disco tras tirar básicamente de ritmos programados para el anterior. “Deep End (Paul’s In Pieces)” aligera un poco el ambiente con su ritmo semicontagioso, pero sigue faltando la clase de estribillo épico e imborrable que un día asociamos con la banda. “Dreaming” invita algo más al sueño que al ensueño. “No quiero hablar, porque no quiero pelear”, canta Berninger en “Hornets”, y casi desearías que tuviera más ganas de marcha. Como en el anterior disco, colaboraciones a priori celestiales no son suficientes para elevar canciones terrenales: el single de 2022 “Weird Goodbyes”, con Bon Iver, suena movido por la inercia y apenas deja huella, como tampoco ese tema titular con Phoebe Bridgers.
Y aquí es donde debemos dejar de ser aguafiestas. Y admitir que, de acuerdo, donde hubo fuego pueden quedar rescoldos. Que el dueto con Rosanne Cash, “Crumble”, no está nada mal: la voz de barítono de Baringer empasta bien con la de la soprano Cash. O que la tensión que se echó en falta en “Frankenstein” aparece por momentos: se respira en la recta final de “Space Invader”, un corte fácil de imaginar extendido en directo hasta el delirio, o en una canción hábilmente dejada para el final, “Smoke Detector”, básicamente lo más maravillosamente post-punk que han sonado desde los mejores momentos de “Boxer” (2007). Guitarras de filo serrado, batería hipnótica: buen camino a seguir para el próximo álbum. Que no corre prisa y debería salir solo cuando el grupo tenga las doce canciones ideales. ∎
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