Pensaba el otro día en “PUTA” (2021) y alucinaba: tiene solo cuatro años, pero yo personalmente lo recordaba mucho más antiguo, como de 2018, que es realmente cuando Zahara empezó a hacer su transición sintética con “Astronauta”. Han pasado tantas cosas desde 2021 que parece otro mundo, otra vida, otro planeta. La Zahara de 2025, la de “Lento ternura”, es en mucha medida como la de “PUTA”, pero en otro mundo, en otra vida, en otro planeta. Distinto desde luego, y probablemente peor. “Todas las violencias ocupan en mí un lugar diferente”, canta al inicio de “La violencia” emulando a Björk –sus melismas del suspiro al grito ahogado, sus rasgados, su pronunciación de las vocales en arpegio– antes de sumergirse en un techno melódico que conecta con Delaporte y que evoca también a Bicep: “Siento mi cuerpo quizá más desnudo, aún lleno de rabia e igual de inseguro”.
En su nuevo álbum, la cantante ubetense no es que deje, aunque la rebaje, la carga sociopolítica, y ahí está “Demasiadas canciones”, adoptando, no por casualidad, una forma sonora ciberpunk, synthwave retrofuturista para un presente de consumo cultural-personal absolutamente distópico, desorbitado y brutal. Tampoco el mensaje feminista y de empoderamiento. Simplemente lo enfoca desde un lado mucho más personal, o mucho más íntimo y autorreflexivo si se quiere: “PUTA” iba de dentro a fuera y hablaba de experiencias universales, convertía a Zahara en un receptáculo para clamores sociales necesarios y señalaba de forma relativamente explícita circunstancias y momentos en los que el patriarcado, y la violencia ejercida por este, había enturbiado no solo su trayectoria en la música, también en la vida; “Lento ternura”, por el contrario, recorre el camino inverso, va de fuera a dentro, y nos acerca a una experiencia mucho más personal que tiene hasta bromas privadas –“Tus michis”–.
Hay, por ejemplo, una lectura posible en su subtexto en torno a la validación de la mujer, relacionada con una visión del amor que en este caso no tiene tanto que ver con la toxicidad sino con una educación perturbada del romanticismo: “¿Ves? Aún sigo hablando en plural, como si no hubiese aprendido nada de la soledad”, canta en la apertura que supone “Formentera”, con ese pulsante ritmo electrónico progresivo tan definitorio en general de todo el trabajo. La individualidad, en “Lento ternura”, es casi el bote salvavidas de Zahara ante todos los embates, y una forma de reafirmarse. Por eso es el primer álbum que ha compuesto y producido totalmente por su cuenta, con la excepción de un par de colaboraciones a nivel compositivo –Cora Novoa en una especie de reguetón lento experimental, “La ternura”, y la escritora Patricia Benito (cuyos textos han sido fundamentales para la inspiración del álbum), a la que Zahara dedica “Tus michis” y que ha compuesta con ella “La violencia”; Martí Perarnau, su compañero de vida y proyecto, en este caso se ha limitado a la mezcla y a aportar varios instrumentos–. Porque “Lento ternura” también supone, a su modo, un empoderamiento desde la autonomía y desde lo técnico.
La propia Zahara ha reconocido que María José Llergo y Rosalía han sido muy inspiradoras a la hora de dar este paso. La influencia de la segunda, por ejemplo, es evidente en “Quién dijo”, una balada electrónica a piano que se mueve en terreno sacro, rondada por coros angelicales que parecen sacados de “El mal querer” (2018). Y a lo mejor es aquí donde está el mayor problema del sexto álbum de la de Úbeda. Ya más bien superada la faceta de cantautora indie, aunque regrese por un momento a sus orígenes, y al pueblo que la vio crecer, en “Soy de un pueblo pequeño”, “Lento ternura” tampoco asienta la sonoridad synthpop de “PUTA” ni apuesta del todo –en parte sí– por ese camino de contundencia de la gira “La puta rave”. Y sí que se mira en proyectos experimentales, como FKA twigs o las mencionadas Björk y Rosalía, que en muchos aspectos están muy lejos de sus zonas de confort habituales, esa especie de synthpop agresivo con tendencia a la EBM, al techno melódico o al break progresivo que realmente protagoniza la mayoría de las canciones de este disco y sus mejores momentos: “Nuestro amor”, que cruza a Depeche Mode con Nicolás Jaar; “CTRL+Z” o “¿Era esto la vida?”, pasando de un espectro a otro del pop electrónico como unos Amaral sintetizados; “Formentera” o “Yo solo quería escribir una canción de amor”.
Si es un disco transición solo lo sabe ella, igual que solo a ella le pertenece la decisión de abanderar o no nuevas olas feministas y de propagar nuevos #metoo. Y aunque en lo musical seguramente sería más interesante verla introducirse en territorios más extraños en álbumes futuros, Zahara ya no va a dejar ser nunca un excelente ejemplo de cómo se puede evolucionar en el pop y perseguir algo más honesto. El pop siempre merecerá la pena por artistas como ella. ∎
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