Daniel Melero y Diego Tuñón reforzaron el legado de Brian Eno con esta obra ambient y experimental que los encontró por primera vez en formato dúo. El mítico productor y compositor y el tecladista de Babasónicos dieron forma a un relato sonoro que nació con la intención de ser un juego y que derivó en un álbum cargado de intriga, tensión y atmósfera lúgubre.
Tras un parate de seis años sin editar material nuevo, Bosques aprovechó el contexto pandémico para estrenar dos álbumes de estudio y recordarnos que el folk puede conectar muy bien con la psicodelia. “Invocación” suena como si las canciones hubieran sido grabadas dentro de una cápsula espacial, a mitad de camino entre la Tierra y algún planeta lejano y desconocido.
En muchos sentidos, el tercer álbum de Louta representa un salto hacia su madurez como artista integral. El recorrido de “2030” funciona en un equilibrio casi perfecto entre las fórmulas que lo impulsaron y la persecución de nuevos riesgos. El niño mimado del pop argentino espera con ansias el fin de la pandemia para mostrar sus canciones nuevas donde más cómodo se siente: arriba de un escenario y de cara al público.
Si bien el pop electrónico y el indie argentino tuvieron un excesivo acercamiento en los últimos años, son pocas las bandas que lograron descifrar las claves del género sin caer en lugares comunes. Isla Mujeres es una de ellas y “Secreto” es la nueva evidencia testimonial: diez canciones que, a su propio ritmo, giran alrededor de un mismo eje sin perjuicio del baile, la reflexión y el descargo emocional.
Después de degustar las mieles de la cumbia, el reguetón y el trap, la jujeña vuelve a dar un salto que quizá sea el más pronunciado de su carrera. Impulsada por la producción de los españoles Lex Luthorz, Dano y Choclock, Cazzu remojó los pies en las aguas del R&B y el neosoul y consiguió un resultado tan notable como sorpresivo. Un dato de color: el título del disco y el de todas las canciones se refieren a poemas escritos por Alfonsina Storni.
Una frase de la canción “Sangría” sintetiza lo que varios melómanos se niegan a asumir: “Te guste o no, somos el nuevo rock and roll, niño”, dice Trueno, enarbolando la bandera del trap latinoamericano. El tono provocador atraviesa todo su disco de debut y ostenta dos invitados de peso: además de Wos –que colabora en la citada “Sangría”–, Trueno suma a Nicki Nicole en “Atrevido” para hacer realidad la fantasía de sus fans.
Con este disco, Daniel Melingo cerró la trilogía que inició en “Linyera” (2014) y continuó en “Anda” (2017), y donde se propuso descender a las alcantarillas del tango con un propósito claro: hurgar en sus orígenes y desde allí encontrar la expansión. A partir de su incursión en el rebético –música tradicional griega–, inicia un viaje que incluye elementos del dub y la electrónica y a invitados como Andrés Calamaro y Enrique Symns.
Si el valor de un disco puede medirse en relación al resto de una obra, el último álbum de Lucía Tachetti tiene más mérito aún, pues “ELETÉ” es solo su segunda experiencia con el pop electrónico tras haber dado sus primeros pasos componiendo en clave folk. Melancolía y sintetizadores se cruzan en canciones como “Apagón”, “Todo está donde lo dejé” o “Laberinto”, y dan testimonio de una artista para seguir bien de cerca.
Ya es costumbre encontrar en el imaginario de Duki referencias al éxito, la codicia o la egolatría, y “24”, el disco que grabó y publicó en pleno confinamiento, no es la excepción. De lo que sí prescinde esta vez es del recurso sostenido del Auto-Tune, que apenas se escucha en un puñado de pasajes. Entre lo más destacado está el track homónimo al título del álbum, que cuenta con la colaboración de nombres fuertes como el español Kidd Keo y el estadounidense Juicy J.
Saber interpretar distintos géneros y estilos es una cualidad subestimada en la música, en contraposición con el valor desmedido que en determinados contextos se le otorga a la uniformidad y a lo original. Nathy Peluso quizás sea el mejor ejemplo de la escena argentina en este sentido.
Si aceptamos la premisa de que “Calambre” es más una obra pop que una tesis de exploración sonora, tendremos menos dificultades para apreciar su música. La aclaración cabe porque Nathy Peluso apuesta a esta tensión, consciente de que, si se lo propone, es capaz de indagar como pocas intérpretes en géneros tan ricos y diversos.
El disco es una pasarela por donde desfilan referencias musicales como el hip hop, la salsa, el reguetón, el R&B o el tango, a los que Nathy Peluso se entrega asumiendo los riesgos necesarios para alcanzar los registros que la destacan. El resultado nos lleva a una de las grandes sorpresas del año pandémico y posiblemente a una bisagra en la carrera de una artista cuyo futuro, todo indica, es un horizonte sin márgenes. ∎
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