El estadounidense Zach Condon ha traído de vuelta Beirut con “Hadsel” (Pompeii-Popstock!, 2023), un sexto largo que pone el acento en la tranquilidad y la calma, y que supone un renacimiento con mirada introspectiva: un amanecer interior y en soledad. El disco gravita en torno a su retiro y huida, por una laringitis aguda, a Hadsel, una isla al norte de Noruega.
En ese contexto aparece como algo central el órgano de la iglesia de la isla, mediante el que se reencontró con la música y exploró la sonoridad de los teclados y sintetizadores. Condon tiene espíritu viajero: ha vivido en Estados Unidos, Italia y Turquía, y ahora reside en Berlín.
¿Qué tal vives en Berlín?
Bien, aunque siendo honesto el tipo de afluencia de extranjeros es más de lo que la ciudad puede soportar. Muchos estadounidenses y la anglosfera que viene aquí a veces tratan este lugar como un patio de recreo. Nunca llegan a conocer a los vecinos. Las comunidades comienzan a aislarse y a separarse y los alquileres se disparan. No hay respeto por el lugar. Me siento mal y no me reconozco en esos estadounidenses. Mi pareja es originaria de aquí.
Toda esa cultura nómada digital transforma los lugares.
Y es una cultura de la nada. Es muy importante la integración y la adaptación. Se están desgarrando los tejidos de las culturas y no me gusta en absoluto. Si no te adaptas a la cultura local, entonces no te molestes en vivir en otro sitio, no lo hagas.
El hecho de crecer en Santa Fe, Nuevo México, de estar cerca de la frontera, ¿influyó en que veas la vida de otra manera?
En cierto modo estoy influenciado por esas fronteras, por esas culturas diferentes. Nací y crecí allí, pero mi familia es de diversos lugares del país. Me encantó crecer rodeado del catolicismo místico que tiene la cultura hispana más antigua, con esas celebraciones fascinantes y únicas. En mi mente veo el mundo de una forma mística y hermosa. Empecé a tocar la trompeta por la música mariachi que escuchaba. Quise formar parte de eso, pero había una imposición blanca, como “no puedes cruzar esta línea, no te lo permitiremos”. Y eso siempre me hizo sentir como un extraño donde quiera que fuera. Ahora allá donde voy pienso que soy un outsider, pero un outsider respetuoso. Cuando he vuelto a Santa Fe parece que el acento hubiera desaparecido. De niño la proporción de español e inglés era de 50 a 50. Ahora casi nadie habla español. Así que todo lo que era Nuevo México está desapareciendo. Y en lugar de eso recibes cierta desilusión. Pero, sí, creo que fue un lugar especial porque me hizo darme cuenta de la importancia de la cultura, de la arquitectura local, de las cosas que son exclusivas de estos lugares y de vivir en una comunidad.
El nombre Beirut es una declaración de intenciones. ¿Es Beirut esa mezcla de culturas que tomas?
Me gusta el lugar donde se encuentran las culturas. Eso ha generado algunas de las mejores músicas del mundo. Entonces, sí, Beirut es el encuentro entre Oriente y Occidente. Como si la cultura cosmopolita europea se encontrara con la cultura islámica asiática y cosas de Oriente Medio. Arquitectónicamente y musicalmente, todo se fusiona de manera realmente interesante. Como si lo mejor de la música estadounidense y las sensibilidades europeas se encontraran con ritmos africanos, por ejemplo. Y eso es lo bueno que le ocurre también a la música brasileña. Es la misma mezcla, pero a ellos se les ocurrió otra rama, y a nosotros, los estadounidenses, se nos ocurrió la nuestra. Mi música es muy americana. Es muy parecida al pop estadounidense porque crecí con The Beach Boys y Van Morrison, que es irlandés, pero creo que entiendes la idea. Siempre sentí que la música estadounidense en realidad estaba un poco limitada sonoramente en algunos aspectos, por esa ortodoxia basada en la guitarra. Eso me aburría y buscaba algo más. Esas influencias orientales me llegaron cuando de adolescente escuchaba música árabe. Me fascinó mucho porque lo que intenta sacar aquella música es un propósito muy diferente. Y pensé: “¿Qué es esto? ¿Hay algo que pueda aprender de ello?”. Así que son solo ciertas pinceladas o impresiones, porque nunca podré ser un experto en otras culturas, pero lo encuentro interesante a su manera.
Este disco muestra ese sentimiento interior, de contacto y búsqueda de uno mismo.
Sí, fui muy adentro. Y no sé si eso es lo mejor que se puede hacer. En retrospectiva, creo que me excedí. Si no tienes cuidado, te puedes ensimismar. Para mí fue casi una experiencia psicodélica sin tomar ninguna sustancia. Era simplemente ese aislamiento mezclado con ese paisaje y con la noche polar, donde pierdes la noción del tiempo y del espacio de muchas maneras. Hice esa asociación del invierno con la tranquilidad y la paz. Luego está esa sensación de calidez frente a la dureza exterior. Estaba buscando una versión extrema en la que me sintiera más protegido. Y luego un órgano de iglesia de los grandes, que era como estar en el espacio exterior. Fue interesante para mí estar un tiempo allí. Y al mismo tiempo tenía esa búsqueda de nuevas ideas, de nueva música.
¿Cómo de horrible fue el 2019?
Estaba enfermando mucho en 2019, mi voz falló. Fue algo mental que se estaba volviendo físico. Me di cuenta después de 17 años, al ir de gira y encontrarme con esa situación miles y miles de veces. O terminaba en el hospital enfermo o tenía estos descansos completos de la realidad. Con 19 años hice la primera gira y, cuando llegué a Europa, mi cerebro, mi mente, se había separado de la realidad y parecía que no era capaz de seguir. Me despertaba todos los días, no sabía quién era ni dónde estaba. Simplemente tengo una mente muy sensible. Es como si no aceptara muy bien los cambios. Por eso cuando viajo, como lo hice para “Hadsel”, básicamente me mudo allí por un tiempo. Eso lo puedo manejar, pero ir a ciudades nuevas cada noche y toda esta presión de los conciertos, todo eso realmente me rompe. Si vives un estilo de vida creativo, tu vida se vuelve desarraigada, flotas en el espacio, nunca tienes buenas rutinas o interacciones saludables. Y es muy fácil caer en depresión u otros problemas. Otra cosa que he notado es que la mayoría de las personas creativas son drogadictos y alcohólicos porque todos estamos un poco desequilibrados en nuestra vida y acabamos obsesionados con algo. Esas sustancias aportan alegría a la gente. Yo me encuentro como si estuviera poseído por la música de la misma manera que estaba poseído por el alcohol, por ejemplo, y tuve que dejar de beber porque era alcohólico, pero me ocurre lo mismo con la música.
¿Te ha gustado investigar las sonoridades de Europa del Este?
Trabajé en el cine y a través de las bandas sonoras escuché música balcánica y de Europa del Este. Fue de los primeros sonidos de Europa que escuché. De hecho, mi primera experiencia fue con películas de Emir Kusturica cuando tenía 15 años. Cuando estuve en Europa fui hasta Serbia y me mostraron bandas macedonias. Y eso me abrió las puertas. Allí fue donde escuché música árabe por primera vez y tracé el linaje del sonido que iba desde los Balcanes hasta Turquía, uno de los mejores encuentros entre los dos mundos. En la música árabe u oriental es como si hubiera mucha ornamentación en la melodía. Hay muchos vientos que dan esa sensación de otro mundo, algo realmente hermoso. Pero no hay mucha armonía. Esa es la compensación. La música occidental en lo que se especializa es en la armonía, por eso los coros occidentales son, a su manera, música hermosa de otro mundo. Escuché la melodía oriental y pensé: “¿Dónde ha estado esto toda nuestra vida? Esto es increíble. Algo que ni siquiera sabía que existía”. Fue el descubrimiento de una nueva emoción.
¿Cómo manejaste tu crisis? ¿Consideras que lo espiritual te ayuda?
No era una persona espiritual. Ojalá lo fuera, porque creo que serlo es algo grandioso. En Santa Fe estaba el lado religioso, católico e hispano de las cosas. Y luego estaba el tipo hippie, la mierda new age. Odiaba esas cosas porque las veía egoístas y autoritarias. Es como si miraran el universo y dijeran “elijo esto y aquello, pero que no me den malas noticias”. La vida es un todo. Cuando estuve en Hadsel y pasé todo ese tiempo en una iglesia grabando con un órgano realmente comencé a profundizar en el cristianismo. Y allí me di cuenta de algo, de la humildad de Dios, que está por encima de los humanos. Y el regalo que recibimos del universo, pero viene con mucho dolor. La conciencia es dolor. Saber el futuro o ser consciente de lo que está bien y lo que está mal es insoportable. Duele. Un animal es solo instinto y por lo tanto es inocente, porque está movido puramente por impulso, no por pensamiento. Para llegar a la conciencia de ser tienes que darte cuenta de que no eres Dios. No puedes controlar el universo. Solo puedes aceptarlo y disfrutar de la belleza que te llega mientras lo demás es serio, pero hermoso. Así que incluso la tragedia, incluso el dolor, incluso la depresión, la miseria y la soledad son parte de la experiencia, y hay que aceptarlo. Perdona, me estoy poniendo un poco intenso.
¡No, qué va! Pero cambio de tercio: ¿ha variado tu manera de escuchar música y de componer con el streaming?
No, para nada me ha modificado. Mi música me sale de manera natural pero probablemente pasará de moda. Saltar a las tendencias sería agotador y sonaría ridículo. Mucha música actual parece que fuera alérgica a la belleza, solo quieren intensidad y nada más.
La música se ha democratizado, no es tan caro tener un estudio en casa, pero parece que todo vale. ¿Se ha perdido el criterio o el filtro?
Tienes razón. Democratizamos la música y ahora todos pueden hacerla, pero parece que no hay un filtro. Dicen que se agregan a Spotify más de 130.000 canciones al día. Nadie tiene tiempo para escuchar tantas. Todos compiten por la atención y mucha gente publica un montón de canciones mediocres y genéricas que son literalmente cosas tomadas de los demás y ¿a quién le importa eso? ∎
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