A veces el mayor de los talentos consiste en saber elegir el mejor talento del que rodearse. Es un acto humilde aunque pueda parecer lo contrario. Y no se me ocurre forma mejor de resumir el poso que deja el espectáculo total con que El Madrileño ha superado definitivamente a C. Tangana. En la gira “Sin cantar ni afinar”, Puchito cede más protagonismo del que habríamos podido llegar a imaginar. Incluso comparte espacio titular con Víctor Martínez en los créditos de apertura –al mismo nivel– y las pantallas y los focos no solo lo enfocan a él. Es la estrella, sí, pero más aún es el conductor de un concierto que es una fiesta, una celebración. De la carrera del madrileño, del éxito y de la fama, pero también de toda nuestra cultura popular.
La escenografía se asemeja a una sala de fiestas de los años 30 o 40 –tipo La Perla o Pasapoga– y hace pensar inmediatamente en crooners como Frank Sinatra o Julio Iglesias. Algo de truhán, algo de señor, mucho de mafioso. Acaba de abrir su nuevo garito y estamos todos invitados. “Banda en directo”, rezan los rótulos. Dentro, mesas redondas con cuidados manteles, remates dorados, teca y cuero negro. Alcohol de alta graduación en vaso corto y tabaco. Un camarero sirve a los presentes esquivando a músicos y operadores de cámara. Y una sección de viento –con Pirata de la banda de ‘Late Motiv’ soplando el sousafón, una especie de tuba callejera– más otra de cuerdas sirven como único telón de fondo. Y se erige una pantalla panorámica gigante que da cuenta de todo lo que sucede dentro de este particular ecosistema, con ojo clínico y vocación cinematográfica. Haciendo del momento presente, del ahora, el gran protagonista.
Quizá el apartado de la realización sea, de hecho, el gran elemento diferencial de la barbaridad a todos los niveles que supone a día de hoy un concierto de C. Tangana. Todo –excepto varios tirones y negros provocados por problemas técnicos– tiene aire de videoclip, encierra sensibilidad y esconde incluso una cierta narrativa. En el uso de los planos, en los enfoques, en los movimientos de cámara, todo contribuye no solo al embellecimiento del show, sino a la transmisión de sus valores intrínsecos: lo festivo y lo colaborativo. Al final, desfila un rollo de créditos rubricando esa idea cinematográfica y, en el ecuador del concierto, el camarero interrumpe a Pucho para recriminarle que “vaya ‘toyacada’ lo de subirte encima de la mesa y los bombos y redobles”. Él le pide que se conecte simbólicamente al bluetooth del WiZink Center y ponga algo mejor y lo siguiente que pasa es “Llorando en la limo”. Haciendo suyo aquello de “tú antes molabas”: no llegó a tirarse un “C.H.I.T.O.” –que habría sido legendario por aquello de “molar más cuando era Crema”–, pero sí cogió por el cuello críticas y vaciles antes de que lo vapulearan a él. Antes molaría, sí, pero ahora lleva en directo la banda más grande de España y lo sabe, y presume de ello.
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