La icónica imagen de Duffy para la portada de “Aladdin Sane”. Foto: Viktor Kolev
La icónica imagen de Duffy para la portada de “Aladdin Sane”. Foto: Viktor Kolev

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Brian Duffy: “Bowie Taken By Duffy”, el rayo que no cesa

El Bowie de los setenta y Brian Duffy, el autor de la portada de “Aladdin Sane”, juntos en la exposición “Bowie Taken By Duffy”, hasta el 25 de junio en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid. Del glam a la experimentación alemana, y del Thin White Duke y The Man Who Fell To Earth a los nuevos románticos a través de un puñado de contactos fotográficos y memorabilia que explican, paso a paso, cómo fue la creación de algunas de las imágenes rock más icónicas de una década que fue indiscutiblemente suya.

29. 05. 2023

Aunque hubo otros fotógrafos que retrataron a David Bowie en los setenta, Brian Duffy (1933-2010) es el hombre detrás del rayo y la imagen de “Aladdin Sane” (1973). Pero, además, siendo también el creador de la portada de “Lodger” (1979), replanteó en sucesivos trabajos lo que podía ser el arte gráfico de un álbum. Todo esto y más está en la exposición “Bowie Taken By Duffy”, hasta el 25 de junio en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid.

Brian Duffy fue un fotógrafo británico de moda y tendencias que desarrolló su trabajo desde los años cincuenta, pero sobre todo en torno a las décadas de los sesenta y los setenta. Sus reportajes sobre el swinging London le granjearon la fama necesaria para que terminara encontrándose con el Bowie Ziggy Stardust, al que tuvo ocasión de retratar antes de que este le terminara encargando la portada de “Aladdin Sane”. Después vendría el reportaje sobre la película “El hombre que cayó a la Tierra” (Nicolas Roeg, 1976) y las portadas de “Lodger” y “Scary Monsters” (1980). Abandonó la fotografía en 1979 y no lo hizo a medias, sino que trató de quemar sus negativos en una hoguera. Pero debido al humo tóxico que generó se produjeron quejas entre sus vecinos y se consiguió salvar parte del material que hoy se exhibe, sobre todo gracias a la labor de archivo del hijo de Duffy.

Brian Duffy, su encuadre. Foto: Duffy Archive
Brian Duffy, su encuadre. Foto: Duffy Archive
Tras una introducción y semblanza de la figura de Brian Duffy y algunas fotos que aún se conservan de personajes icónicos de la moda, el pop y la política de los sesenta, se dispone el material de Bowie por años. Se pone en contexto cada uno de ellos con una selección de éxitos musicales ajenos, tras lo cual se presentan divisiones que corresponden a los períodos de “Aladdin Sane”, “El hombre que cayó a la Tierra”, “Lodger” y el legado de Bowie en los nuevos románticos. A través de textos y explicaciones audiovisuales de músicos, amigos y productores, se comenta la obra de Bowie y se muestra la técnica, en ocasiones de guerrilla, de Duffy, que en muchos casos prefería tener la posibilidad de capturar el momento con naturalidad antes que ceñirse al corsé formal de la técnica que estuviera de moda. Se muestra experimentación e incluso juego, el mismo que terminaría siendo la tendencia de la que pretendía huir el fotógrafo.
Naturalmente, el momento más icónico, la construcción de la portada de “Aladdin Sane”, recibe especial atención. Se comenta desde el grosor del rayo y su intención deshumanizadora hasta el intento de transformar el charquito de líquido sintético de la clavícula en una línea de joyas que nunca llegó a triunfar. Como toda muestra contemporánea que se precie, hay un pasillo dispuesto como un decorado para los asistentes. En este caso, en la pared principal están los descartes de la sesión de “Aladdin Sane” enfrentados a unos enormes retratos de los Spiders From Mars con su vestimenta de batalla, posando para una de las propuestas del encarte interior del álbum, que por menos conocidos nos enfrentan a una estética que hoy en día sería rechazada por la mayoría de agencias, pero que entonces era el no va más de la modernidad. Seguramente sea este un reflejo de algunos de los males que marcan el actual signo de los tiempos.
La cara y la cruz son los momentos “El hombre que cayó a la Tierra” y “Logder”. El primero, con su búsqueda de una imagen natural y su encuentro con el Bowie gélido que era entonces, que contrasta con la construcción milimétrica del accidente de la portada del álbum que cerraría la trilogía alemana. Tras eso, “Scary Monsters”, la sensación de querer dejar atrás rápidamente los setenta y buscar un mundo en el que mandaran el color y la inmediatez. Y a la vuelta de la esquina estaba esperando el club londinense Blitz, que no solo era el lugar de encuentro de la naciente escena de los nuevos románticos, sino la percepción de que los alumnos ya se habían hecho mayores de edad y estaban dispuestos a volar solos. Por lo menos mientras Bowie no apareciera de visita y aquello se transformara poco menos que en una liturgia de adoración. Y ahí estaba Steve Strange, que con Visage o sin ellos es el último gran personaje mostrado en la exposición junto a compañeros de generación como Spandau Ballet, David Sylvian o Marc Almond, con los que Duffy trabajó en los ochenta en algunos de sus vídeos más conocidos.
Sesión de Duffy para “Scary Monsters”. Foto: Viktor Kolev
Sesión de Duffy para “Scary Monsters”. Foto: Viktor Kolev

Después, la preceptiva tienda de la exposición en la que no hay como en otras ocasiones un vinilo especial conmemorativo, sino una colección de literatura gráfica y restos de la oferta discográfica actual del legado multinacional de Bowie, en la que encontrarán goce los fans más completistas.

En 2017 ya se pudo disfrutar en Barcelona de “David Bowie Is”, una exposición pantagruélica a la que se podía pedir poco o nada más sobre la figura del artista. Por eso “Bowie Taken By Duffy” tiende a palidecer en comparación, pero aunque sea una emoción posible para los visitantes de los dos eventos, en la intención y el acercamiento a ambas figuras están las claves. En esta ocasión hay mucha menos música acompañando porque se busca resaltar y analizar unas imágenes que también trascienden el contenido sonoro para el que se habían tomado. Tampoco está todo aquel Bowie de los setenta, cuando parecía la medida de casi todas las cosas. Del protopunk al funky-soul y de ahí al kraut, al ambient y otras experimentaciones para terminar recalando en la new wave y el pop. Por eso aquí hay fogonazos puntuales de genio por ambas partes que, sin embargo, son suficientes para establecer un esqueleto bastante consistente de las corrientes que movieron aquella década que se practicó el harakiri en tantas ocasiones, y de la que todo el mundo pareció querer salir corriendo a pesar de que aún hoy se le deba tanto. ∎

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